Salvador Ribas tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Salvador Ribas, ‘Salvadoret’, (Sant Jordi, 1943) fue siempre un ‘rebelde’. Habitual en la noche ibicenca de los años 60 y 70, ‘Salvadoret’ también fue un habitual en las carreras de trotones de Can Bufí, así como miembro de la Colla de Santa Maria de es Puig d’en Valls mientras desarrolló su vida laboral como repartidor.

—¿Dónde nació usted?

Nací en Can Palauet, una finca de Sant Jordi. Allí nacimos todos los hermanos, yo soy el segundo de los ocho y el único que no se ha casado (ríe).

—¿A qué se dedicaban sus padres?

—Mis padres eran Salvador de Can Fita y Maria de Can Botín, los dos de Sant Jordi, y se dedicaban al campo. Trabajaban como mayorales en distintas fincas, Can Palauet, Can Miqueleta, s’Hort d’en Palerm…   

—¿Dónde fue al colegio?

—Iba a Sant Jordi, pero iba poco y acabé yendo a clases de repaso con don Rafael Zornoza. Primero tuve un maestro que se llamaba don Miquel, que daba unas bofetadas que daba gusto, y después tuve a don Fernando de s’Anisseta. También fui una temporada con las monjas de Sant Jordi, pero eso fue para hacer la comunión. Además de ir al colegio, en casa también había que echar una mano en el trabajo del campo y, tanto a mi hermano como a mí nos tocaba cuidar de los animales o labrar la tierra. Además, yo siempre me encargaba de ayudar a mi madre a la hora de hacer la comida. Por eso siempre me ha gustado la cocina.

—¿Hizo de la cocina su oficio?

—No. El primer oficio que tuve fue el de payés. Estuve trabajando en el campo hasta un par de años después de haber terminado la ‘mili’. Entonces me vino a buscar Osorio y me ofreció trabajar con él como repartidor. Lo primero que repartí, en 1968, fueron Donuts. Solo dos años después ya pude comprarme mi primer coche, un Renault 6. Desde entonces, el de repartidor fue mi oficio hasta que me jubilé hace unos años. Durante una temporada llevé el bar del campo de fútbol de Sant Rafel. Un día que jugaban contra el Portmany vino Pep des General con cinco, (ejem) ‘camareras’ del bar Zorba’s. Se pusieron conmigo detrás de la barra y los hombres no paraban de pelearse por verlas y tirar los billetes. Cuando hice el recuento había 85.000 pesetas. Les di 5.000 a cada una y, desde entonces, cada vez que iba al Zorba’s no dejaban de preguntarme cuándo volvía a haber partido.

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—Nos ha contado que usted es el único de sus hermanos que no se casó nunca.

—Así es. Mi padrino, Vicent ‘Botín’, era soltero y mi madrina, Catalina ‘Fita’, tampoco se casó nunca. El ahijado no podía ser menos. En realidad es que me gustaba demasiado la fiesta como para casarme y ahora, que estoy jubilado y soy mayor, me gusta vivir tranquilo. Así que pienso que acerté (ríe). También es verdad que siempre he cuidado de mis padres. También salí con una mujer durante 20 años pero desde el principio le dejé claro que el día que me hablara de matrimonio lo dejábamos.

—¿Por dónde le gustaba salir tanto de fiesta?

—Por todos lados. Cuando llegaba a Pacha y me veía el portero (y mira que yo soy bajito) me hacía pasar por delante de la cola que había para entrar. También sabía que me gastaba una fortuna en la barra. Me dejaban entrar en todos los lugares, aunque no paraba de liarla. Un carnaval me vestí de payesa y llevé a dos ‘someres’ para irme de fiesta. Íbamos disfrazados de ‘tres someres’ (ríe). Fui a una sala de fiestas (que también era una casa de putas) que se llamaba Fujiyama y, nada más verme con las dos ‘someres’ me dijeron que no podía entrar. Me di la vuelta para ir al local de en frente y todos los que estaban en el Fujiyama salieron detrás de mí. Entonces salió el dueño del Fujiyama ofreciéndome todo lo que quisiera para que volviera (ríe). También iba mucho a Sa Gabi (tras el bar s’Al·lot) a ver a la colla de ‘Es Amics’, en la que tocaba Tito Zornoza, Pepe Gamba o mi amigo Xicu Bufí. Allí había una jaula de hierro en la que me ponía a bailar y a colgarme de los pies. La verdad es que era como un mono salvaje en la selva.

—Pues sí, según lo que cuenta, era tremendo.

—No paraba, no. Cada vez que salía no volvía a casa sin pelearme antes, si no, me faltaba algo. En una de esas me abrieron la cabeza y el tema acabó en los juzgados. Justo después de sentenciar que me tenían que pagar 4.500 pesetas, el juez dijo que, por ese dinero él también se dejaría abrir la cabeza. Me faltó tiempo para ponerle el cheque encima de la mesa, coger una silla y, si no llegan a pararme, abrirle la cabeza (ríe). Solo por joder a mi hermano mayor, bajaba a Vila con la ropa más vieja que tenía. Tras la ‘mili’, como me raparon el pelo, no me lo corté más durante tres años. Fui el primer ‘pelut’ de Ibiza. El día que mi hermano me llevó en su Bultaco para cortármelo, entré en la barbería de Gelat y, cuando vio mis pelos, salió a tomarse un copazo antes de ponerse a cortármelo (ríe). Siempre fui así de revoltoso. Cuando era más pequeño iba a patinar donde los patines. Un invierno se congeló el ‘safareig’ y no se me ocurrió otra cosa que ponerme a patinar sobre el hielo. Mi padre me advirtió de que se podía romper y yo no le hice ni caso. Cuando por fin se rompió, mi padre se dio la vuelta y se marchó a ordeñar las vacas sin hacerme ni caso.

—Más allá de salir y liarla, ¿cultivó alguna afición?

—Sí. Bailé payés durante muchos años, con Xico Bufí de sa Tanqueta, en la Colla de Santa Maria, de es Puig d’en Valls. Bailamos en todos los hoteles, también salíamos fuera. En una ocasión fuimos a bailar a Madrid, allí un ministro peruano me preguntó que dónde estaba Ibiza. Yo le contesté con toda naturalidad: «Justo al lado de Formentera» (ríe). Fue Cosme Vidal quien me tuvo que decir que, si no sabía dónde está Ibiza, ¿cómo iba a saber dónde estaba Formentera? (más risas). También fui muy aficionado a los caballos desde muy joven, cuando cogía el ‘carro de molls’ para ir a Vila con mi perro ‘Lobo’, que parecía que iba saludando a todo el mundo. Pero también llegué a correr.

—¿Hizo carreras de trotones?

—Sí. La primera yegua que tuve era Indra, pero la cambié por otra negra que se llamaba Mora. Con Mora iba al bar montado en ella y la dejaba atada en la puerta. Fui el primero en ir a galope. Tanto montaba al galope como al trote. Pero también hacía todas las putadas que podía. Se hacían muchas apuestas y en una ocasión en la que había un buen bote me puse de acuerdo con Xico Bufí y con Ramonet Palau, que también corrían. Entre los tres nos gastamos un dineral apostando por los demás con la mala suerte de que acabaron eliminándolos a todos menos a nosotros tres. Hicimos primero, segundo y tercero, pero perdimos las cerca de 20.000 pesetas que nos jugamos.