—¿Dónde nació usted?
—Nací en Can Cama, en Can Escandell, igual que mi hermana María. Era, y sigue siendo, nuestra casa familiar y allí vivíamos mis padres, Toni y Catalina, y mi abuela María.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Nuestra casa no tenía suficiente terreno para trabajarlo y sacarle beneficio. Apenas teníamos dos o tres cabras para la leche. Mi padre trabajó, aunque yo no tengo recuerdos de esa época, como fotógrafo junto a otro fotógrafo al que llamaban Siset. Yo le recuerdo trabajando como camarero en un bar de Vara de Rey. Aunque todo el mundo conocía el bar como Can Trull, porque el dueño era Pep Trull, pero en realidad el bar se llamaba ‘El Diluvio'. En esa época había cuatro o cinco bares en Vara de Rey: el Serra, Can Toni de Sa Vinya, el Alhambra y, más adelante, abrieron el Cristal. Después estaba Can Alfredo, que estaba un poco más arriba.
—¿Pudo ir al colegio?
—Sí. Cuando era muy pequeño fui a las monjas de la Consolación, pero cuando crecías solo aceptaban niñas y empecé a ir al colegio con Doña Catalina. A los 13 años ya me puse a trabajar como aprendiz de electricista, ‘electricista de dos hilos', vamos, que era lo que había entonces.
—¿Qué recuerdos guarda de su niñez en Can Escandell?
—Can Escandell ahora es un barrio muy grande, pero cuando yo era pequeño, solo había cuatro casas payesas: Can Escandell, Es Potxet, Can Tomeu y nuestra casa, Can Cama. Los niños de la zona nos juntábamos a hacer travesuras y escaparnos a nadar a la playa.
—Su niñez transcurrió en los años 40, ¿cómo los recuerda?
—Hoy en día llaman crisis a cualquier cosa. ¡Yo sí que he visto crisis! Los años 40 fueron terribles, hasta cuando hice la mili, en el 52, todavía pasé más hambre que un perro atado. Es cierto que en casa no llegamos a pasar verdadera hambre, sin embargo, no comíamos más que lo que había: legumbre un día sí y otro también. No comíamos carne más que una vez al mes, si había suerte y muy poca cantidad. Había gente que lo pasaba peor, se comían hasta las algarrobas, literalmente. Incluso salían al campo a cazar erizos para comerlos.
—¿Siguió con su carrera de ‘electricista de dos hilos'?
—No. Me fui a Palma durante un año y pico para hacer un curso y trabajar en Gesa y trabajé allí durante 38 años, hasta que me jubilé hace ya tres décadas. Estuve siempre en las líneas de alta, como capataz de una brigada. Nos ocupábamos de llevar la electricidad a los lugares que se iban construyendo. Poco a poco fueron cambiando las cosas y unos años después de entrar se empezaron a construir hoteles. Llevé la luz a cada uno de los primeros hoteles que se iban construyendo.
—¿Formó una familia?
—Sí, me casé y tuve tres hijas, Catalina (†), María Rosa y Rosa María. Ahora ya tengo nietos y hasta biznietos. Estuve casado durante 24 años y, en cuanto salió la ley del divorcio, me divorcié. Entonces no era tan fácil como ahora. Antes de que te dieran el divorcio había que separarse durante dos o tres años, por si te lo pensabas mejor. ¡Anda que te lo vas a pensar mejor dos o tres años después de separarte! En aquellos tiempos, los curas todavía mandaban mucho.
—¿A qué ha dedicado su jubilación?
—Me jubilé hace 30 años y, por mucho que me digan que no beba y que no coma según qué cosas, cada día me tomo mi copa de vino o cerveza y no me privo de comerme una buena frita de polp. Lo único que tengo fastidiado es la rodilla y con alguna infiltración y un puntal en el que apoyarme, sigo caminando sin problema. Así que puedo sembrar en el huerto que mantengo en mi casa, en Can Cama. Lo que dejé hace un tiempo, cuando cumplí los 80, fue la caza.
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