—¿Dónde nació usted?
—Nací en Can Xico d'en Besora, que está en Santa Agnès de Corona. Allí nacimos los ochos hermanos que éramos, yo era la sexta. Mis padres eran Francisca de Can Vinyes d'es Pouet, que vino de Sant Josep, y Joan, de Can Xico d'en Besora.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Al campo. Se dedicaban a sembrar y cuidar de la finca. Más adelante, cuando empezaba a haber más trabajo, mi padre se fue a trabajar a Sant Antoni cuidando del faro del muelle.
—¿Iba usted al colegio en Santa Agnès?
—Sí, iba a la escuela con doña Catalina. Pero la verdad es que iba poco porque nos tocaba trabajar. Aunque sí que me juntaba con las amigas para hacer ‘pestes' por todos lados. Jugábamos mucho persiguiéndonos siempre por todos lados o jugando al escondite. Eso sí, en casa procurábamos portarnos bien. Como éramos muchos hermanos y mi padre trabajaba en Sant Antoni, mi hermana mayor, Maria, que además era mi madrina, era la que se ocupaba de nosotras, las más pequeñas.
—Cuando dice que le tocaba trabajar desde niña, ¿se refiere a trabajar en casa?
—Así es. En la finca teníamos muchos animales que cuidar. Sobre todo había muchas ovejas, pero también teníamos que ponerles la comida y el agua a las gallinas o a los cerdos. Además de hacer la comida o los trabajos de la casa. Con 13 años ya no volví a ir a la escuela. Había estado aprendiendo a coser, a bordar y a hacer punto canario con Catalina de Can Toni d'en Besora y me di cuenta de que, bordando pañuelos y haciendo blusas por comisión, podía irme ganando algo de dinero para poder comprarme algo de ropa y salir de vez en cuando. Eso no quitaba que, cuando tocaba segar tuviera que segar o hacer los trabajos habituales de cualquier finca, claro. Mi hermana María solía acompañarme cuando tenía que ir a Sant Antoni a entregar los trabajos. Los llevábamos a dos tiendas, Can Marí Prats y Can Figueretes, que también nos proporcionaba la tela para bordar en casa. Íbamos caminando desde Corona hasta Sant Antoni mi hermana María y yo, tardábamos casi toda una jornada, y aprovechábamos para ver a mi padre. Nos quedábamos a dormir con él en la habitación que tenía alquilada antes de que se construyera su propia casa en Sant Antoni.
—¿Se mudó a la casa de Sant Antoni?
—Mis hermanas pequeñas y mi madre sí. Pero yo tenía 20 años y me mudé a Sant Mateu cuando me casé con Toni de Can Maymó. Toni empezó a venir mucho a las fiestas de Corona para ‘festejar'. En aquellos tiempos, el que primero llegaba era el que más ‘festejava' y él estuvo viniendo de los primeros durante un tiempo. Así nos conocimos y nos casamos solo siete meses después. Tuvimos a nuestra hija, Antonia, que tiene a nuestros dos nietos, Marta y Toni.
—¿Continuó cosiendo tras casarse?
—No. Cuando nos casamos nos fuimos a Can Maymó y nos dedicamos a trabajar la tierra durante años. Sin embargo, con la tierra se ganaba poco y comencé a trabajar en las tiendas de mi hermana Margalida y su marido, Pedro Palau, en Sant Antoni, Es Vogamarí y Marimar, durante las temporadas de verano. Estuve trabajando en las tiendas durante 30 años, hasta que me jubilé, vendiendo todo tipo de cosas para los turistas.
—¿Cómo vio la evolución del turismo durante tantos años?
—Al principio había muy pocos turistas y al final había muchos, pero nunca demasiados (ríe). Los del principio eran más educados que los del final, esto también es verdad, pero nunca llegamos a tener ningún problema con nadie. Siempre trabajé muy a gusto y con muy buen ambiente codo con codo con mi hermana.
—Si trabajaba durante la temporada, ¿qué hacía durante el invierno?
—Estábamos en casa de Sant Mateu, haciendo lo que se suele hacer en las fincas. Por ejemplo, hacíamos vino cada septiembre. Como en cualquier casa, lo hacíamos para nosotros y para regalar alguna garrafa a amigos y familiares. Toni pisaba la uva, siempre eran los hombres quienes lo hacían, mientras yo iba echando las ‘senalles' llenas. Después se hervía, se fermentaba… Daba bastante trabajo. Antes de comenzar a pisar había que limpiar las botas y todas las herramientas varias veces. Tardábamos más de una y más de dos jornadas para limpiarlo todo con unas piedras que cogíamos cerca del mar. Con el tiempo, cuando se casó nuestra hija sembramos muchas más parras y mi yerno acabó montando la bodega Can Maymó.
—¿A qué se dedica en su jubilación?
—A poca cosa. Me hago la comida, me junto con una ‘colla' de amigas o con otra a tomar un cafecito y a arreglar el mundo (ríe).
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