Toni en su bar, tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Toni Bonet (Eivissa, 1966) apenas era un adolescente cuando empezó su carrera de hostelería como aprendiz de camarero en Platja d’en Bossa. Una carrera que sigue décadas después tras la barra del Bar Nou, uno de los bares con historia de Vila.

—¿Dónde nació usted?

—Nací en la clínica Alcántara. Pero soy de Sant Jordi, hijo de Toni Rayus y de Margalida de sa Rajola, de es Rafal Trobat. Antes de que yo naciera, su primer hijo murió en el parto. Cuando iba a nacer yo, nadie daba un duro por que sobreviviera, sin embargo, en mi parto falleció mi madre. Mi padre quedó viudo muy joven y nunca más volvió a tener pareja.

—¿Vivió solo con su padre?

—No. Los primeros meses me llevaron con mi padrino, Vicent Rayus y su mujer, pero ella estaba a punto de dar a luz y pronto me acogió mi tía, María de sa Rajola con mi abuela Esperança. Quien ejerció siempre de madre conmigo fue mi tía María. Su marido, Corda, era pescador y se quedó viuda muy joven con tres hijas. Mis primas Maria, Esperança y Pepita eran mayores que yo y también la ayudaron a la hora de cuidarme cuando mi tía se iba a trabajar. Al principio trabajaba en el cátering del aeropuerto antes de que la pusieran en la limpieza. Los días que libraba, los domingos, también iba a hacer horas a Can Jurat. Durante aquellos años no había fin de semana en el que no se celebrara un gran convite allí y ya os podéis imaginar todo lo que tenía que limpiar mi tía. Siempre ha sido una mujer muy trabajadora.

—¿A qué se dedicaba su padre?

—Mi padre trabajaba el campo como mayoral, a la vez que también trabajaba en las salinas como guarda. Aunque no crecí con él, siempre se ocupó de que no me faltara de nada. Venía muchas veces a casa cargado con una gran compra, me pagaba la ropa y nos visitaba muy a menudo. Vivió solo hasta sus últimos años de vida. Cuando enfermó, yo tendría unos 16 años y me fui a vivir con él para cuidarle. Murió un par de años después, cuando yo tenía 18.

—Nos ha dicho que es de Sant Jordi, ¿creció allí?

—Así es. Los primeros años vivíamos en Can Lluís, donde mi tía era mayoral. Allí había cabras, cerdos, ovejas, un huerto… Cuando tenía unos ocho años, justo cuando hice la comunión, mi tía pudo comprarse el terreno de sa Plana d’en Fita, donde se hizo la casa donde vivimos desde entonces. Cuando era muy pequeño iba al colegio a las monjas. Después, los primeros años, fui al colegio en Ca na Palleva (donde están ahora los talleres), antes de que inauguraran el colegio de Sant Jordi, donde acabé de hacer el segundo módulo. En el pueblo éramos una buena pandilla de chavales con Bartolo y compañía. Nos íbamos a cazar por las noches, robábamos naranjas por ahí y hacíamos el gamberro todo lo que podíamos.

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—¿Continuó con los estudios?

—Al terminar el colegio empecé a ir a Formación Profesional para hacer un módulo de electrónica. Pero no había acabado el primer curso cuando mi padre enfermó y lo dejé para poder cuidarle. El primer año empecé a trabajar durante un tiempo en la cafetería San Ciriaco, en Platja d’en Bossa, como aprendiz. Estaba exento de hacer la mili para poder cuidar de mi padre, pero cuando murió, me llamaron enseguida. Así que estuve un año en Lorca. Apenas había salido de Ibiza, como mucho alguna vez a Palma, así que la mili me dio la oportunidad de irme fuera, de vivir lejos de la familia y de hacer buenos amigos. La verdad es que me lo pasé bien.

—Al volver de la mili, ¿se puso a trabajar?

—Ponerme a trabajar nada más volver en agosto. Joan, mi antiguo jefe del San Ciriaco, me recomendó para trabajar en ‘La Perla’, en es Canar, y allí estuve dos temporadas más. Fue una época divertida, había mucha fiesta y mucha ‘palanca’. Sin embargo, yo nunca me he emborrachado ni he fumado ni me he drogado. En esa época conocí a María, una sevillana de Coripe que trabajaba en el hotel Caribe. No tardamos en casarnos y tener a nuestros hijos, Toni y Carlos.

—¿Qué hizo al dejar el trabajo en es Canar?

—Primero estuve unos meses en el Mar i Cel, trabajando junto a mi amigo Bartolo. Pero ese año estuve en el único trabajo en el que no me acabaron de tratar bien. Hablo del delfinario. Allí me ocupaba de la parte de hostelería del parque. Empecé trabajando para el primer propietario, un mallorquín que se llamaba Fullana que lo acabó vendiendo a un catalán que dejó puros por todas partes. Solo duró un año. Fue un desastre. Un buen día por la mañana, a la hora de abrir, habían desaparecido todos los delfines y focas del recinto. Al parecer, los propietarios de los animales, unos portugueses, tampoco estaban cobrando, así que fletaron un Hércules y, de madrugada, se los llevaron a todos. De la noche a la mañana el delfinario se quedó sin delfines. Sin embargo, mientras funcionó, iba bastante gente. Traían autobuses llenos de turistas de San Antonio que se pasaban el día entre los paseos a camello y el delfinario. Se emborrachaban mucho y se lo pasaban bomba.

—¿Qué hizo cuando cerró el delfinario?

—Me fui a trabajar al restaurante Ses Campanes. Allí estuve durante diez años. Cuando llegué, me imponía un poco el cambio de modelo de trabajo. Yo siempre había trabajado para extranjeros y estaba acostumbrado a la hostelería de batalla. Les podías tirar las jarras de cerveza en la mesa y no pasaba nada. De eso a ponerte a trinchar un pescado ante la mesa o flamear un suflé hay una gran diferencia. Con el tiempo supe aprender y comprender la manera de trabajo y, desde que entré junto a Joan ‘Pilot’, Pedro y demás cocineros de prestigio, conseguimos convertir Ses Campanes en un restaurante de prestigio durante los años 90.

—¿Qué le hizo dejar este restaurante?

—Una oferta que me hicieron Vicent ‘Fontassa’ y su mujer, Joana. Ellos habían tenido el Bar Nou durante décadas y se habían jubilado. Ya lo habían alquilado pero no funcionaba, así que me insistieron hasta que accedí. Siempre había sido un bar famoso por sus tapas, así que mantuve esta dinámica además de incrementar más platos. Cuando llegué, en 2000, no tenía muy claro cómo me iba a ir. Tuve mucha ayuda de mi amigo desde la infancia, Bartolo, que empezó a trabajar conmigo enseguida hasta que falleció. Siempre fue como un hermano para mí. Sin embargo, aquí seguimos, estoy muy orgulloso de lo que hemos conseguido. La verdad es que tengo que agradecer la ayuda de muchos de los clientes de Ses Campanes, que me han seguido hasta aquí. Incluso muchos clientes de fuera, que hacían tiempo comiendo allí antes de coger su vuelo, ahora vienen al Bar Nou.