Raimon Martínez en Vara de Rey. | Toni Planells

Raimon Martínez (larrache, Marruecos) ha volcado su vida a su gran pasión, los animales salvajes. De esta manera ha trabajado con todo tipo de especies, desde tigres y cocodrilos a hipopótamos y osos.

—¿Dónde nació usted?
—Yo nací por casualidad en Larrache, Marruecos. Mi padre era militar y le destinaron allí. Más adelante le destinaron a Ibiza, él era el teniente practicante Raimundo Martínez, que estaba en el Hospital Militar.

—¿Creció en Ibiza?
—No, crecí en Marruecos que, en aquellos años, mientras en España se pasaban calamidades, allí se vivía extraordinariamente bien. Allí estuve hasta los 17 años, cuando me fui a Granada a estudiar el preuniversitario. A mi padre no le destinaron a Ibiza hasta que yo tuve 19 años. Ese mismo año me fui a estudiar a Barcelona. Cuando tuve cierta edad ya me vine a Ibiza.

—¿A qué se dedicó al llegar a Ibiza?
—Los primeros cinco o seis años estuve trabajando en el rent a car Hertz. Después me volví a Barcelona y allí abrí distintos negocios de electrodomésticos y videoclubs, antes de volver a Ibiza y ponerme a trabajar en administración de Can Misses, donde estuve más de 25 años. Hasta que me jubilé.

—¿Cultivó alguna afición?
—Así es. Mientras estaba trabajando en Can Misses un compañero me dijo que había una persona que tenía dos pumas. Se trataba de Pepe de Can Dog. Con el puma más pequeño, la hembra, la gente se metía en la jaula para hacerse fotos con él. El otro era un macho que era más grande y al que separaban para que la gente pudiera hacerse la foto.

—¿Fue a hacerse la foto con el animal?
—En un principio le dije a mi amigo que ver los animales salvajes desde fuera, ningún problema, pero que ni loco me metía en la jaula con ellos. Como la hembra era pequeña, al final me convenció para hacerme la foto. Al entrar en la jaula resultó que no se había cerrado bien la puerta del puma grande. Entró donde estaba yo y se puso a mi lado. Mi reacción fue convertir todo el miedo que tenía en poder y el animal se acabó acercando a mí y se puso a lamerme.

—¿Le perdió el miedo a los animales salvajes?
—No solo eso, sino que descubrí una especie de don que no conocía y me metí de lleno en este mundo. He participado en muchísimos eventos, conferencias, en programas de televisión o películas. He estado vinculado a fondo en el mundo salvaje hasta hace un par de años.

—¿Se puede educar el instinto de un animal salvaje?
—No se puede educar, se puede controlar adiestrándolo. Pero cuando pones al animal en una situación en la que el instinto anula al entrenamiento pueden pasar circunstancias negativas que pueden acabar incluso en muerte. Domar no es lo mismo que adiestrar: domar es castigar al animal para que haga lo que tú quieres, el adiestramiento se basa en el conocimiento de uno a otro. Es un mundo reservado a muy pocos.

—¿Ha tenido algún susto en ese sentido?
—Sí, más de uno. Pocos para los riesgos que he corrido. Aunque siempre he sabido tener la sangre fría necesaria para saber frenarlo. Uno de los sustos fue con un tigre. Yo estaba dentro de la jaula cuando un compañero me dijo que iba a entrar. Yo le dije que se quedara fuera pero no me hizo ni caso. La cuestión es que el tigre tuvo la reacción de tirarse a mi cuello. Nadie sabe lo que es tener los colmillos de un tigre en el cuello. En aquel momento empecé a hablarle y, poco a poco, el animal fue bajando y bajando hasta que me soltó. Si se me ocurre hacer un movimiento en falso, me decapita directamente. Otra vez sucedió algo parecido con una pantera. Aunque le dije al compañero que no entrase, el tío se metió y acabé teniendo que quitársela de encima. La agarré de la cabeza y, hablándole, conseguí sacársela.

—¿Con cuántas especies de animales ha trabajado?
—Con todo tipo de animales. Desde felinos y rapaces hasta reptiles o arácnidos. En una serie de televisión trabajé con ‘Paco’, un cocodrilo de cuatro metros y 700 kilos. También con hipopótamos, que son más peligrosos de lo que la gente se cree. También he manejado a uno de los animales más peligrosos del mundo: el oso. Lo compartía con mi compañero Pavel, se llamaba Tima y pesaba más de 400 kilos. Con ese animal tuve una relación muy especial. Con él hicimos la película ‘Para qué sirve un oso’ o ‘Los últimos días’. También participé con Juan Luis Malpartida en la película ‘Camarón’.

—¿Tuvo animales salvajes propios?
—Sí. Aquí, en Ibiza, tuve toda clase de reptiles y arácnidos, tarántulas, cocodrilos o serpientes, por ejemplo. Poco a poco me fui deshaciendo de ellos y ya no tengo nada.

—¿Han cambiado mucho las leyes respecto a este tipo de animales?
—Así es, aunque la ley me parece más de malestar que de bienestar animal. Los derechos vienen ligados a obligaciones, dándoles solo derechos los elevamos a un nivel superior. Siempre he tratado a los animales con amor, quien no los trata de esta manera no tiene derecho a tener un animal. Así es como lo veo yo. No se trata de quedarse en los extremos.