Jaume ‘d’es Nanking’ tras la charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Jume Ferrer (Son Cervera, Mallorca,1949) fue uno de los pioneros a la hora de ofrecer comida exótica en un lugar como la Ibiza de los años 70 abriendo el restaurante chino Nanking. Un restaurante que abrió con la experiencia adquirida en Canarias y cuyo prestigio nada tiene que ver con el actual concepto de ‘restaurante chino’.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Son Servera, Mallorca, de allí es mi madre, Andrea. Mi padre, Mariano, era de Sant Rafel, de Can Bonet. Yo era el tercero de cuatro hermanos.

—¿Creció en Mallorca?
—Crecí un poco a caballo entre Mallorca e Ibiza. Era una situación un poco complicada porque en Mallorca era el ibicenco y en Ibiza era el mallorquín: recibía por todos lados (ríe). Hasta los siete u ocho años, que me vino a buscar mi madre (en Mallorca vivía con mi abuela), viví más en allí que aquí, a partir de entonces ya me quedé en Ibiza.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Eran mayorales, primero en Sant Antoni y, más adelante en Sant Rafel. Después de ir al colegio siempre me tocaba ir a echar una mano en la finca con lo que fuera que tuviéramos que hacer. La verdad es que no llegué a ir al colegio como Dios manda, mi escuela fue la vida. No me llegué a sacar el certificado de estudios hasta que hice la mili.

—¿Trabajó mucho tiempo en la finca?
—A los 13 años ya empecé a trabajar fuera de casa. El primer trabajo que tuve fuera de la finca fue en el Mar i Sol, con Pepitu ‘es català y doña Juanita’. Pepitu era el mismo que tenía el kiosco de Vara de Rey, cuando se cerró cogió el Mar i Sal. Yo iba y venía cada día en un hierro de bicicleta desde Ca na Burrunada (una finiquita al lado de donde están los bomberos). Entonces no había horarios ni días libres. Trabajaba por 1.000 pesetas al mes. Para merendar lo que había era un ‘llunguet’ abierto con un chorro de aceite y un plátano partido por la mitad. Al lado del Montesol estaba el bar Serra y en los ratos libres pasaba allí muchas horas, sobre todo por la tarde para ir a ver ‘Bonanza’ en su televisión. También pasaba muchas horas en los billares del Alhambra. Era uno de los bares, junto al Pereira, más importantes de Ibiza. Allí había tres mesas de billar y mucho juego en una sala que había al lado, llena de payeses y en la que el humo se podía cortar con un cuchillo. No todo eran bares, también iba haciendo algún ‘cabussó’ en el muro (ríe).

—¿Estuvo mucho tiempo en el Mar i Sal?
—Un par de temporadas. Entonces me fui con Vicent ‘rajola’ al Mar y Sal, en Salines. Allí hicimos las primeras barbacoas para turistas que se hicieron en Ibiza. Después de hacer la torrada se ponía música y se montaban allí unos bailoteos que no veas. Unas temporadas después estuve con los hermanos Ferrer en Es Pins, en Santa Eulària. Al lado había una sala de fiestas en las que siempre tocaban Bufí y compañía y nos acercábamos a ver si podíamos pescar algo (ríe).

—¿Trabajó siempre como camarero?
—Así es. Después de haber trabajado en Es Pins me marché a hacer la temporada a Mallorca a un hotel de categoría, el Eurotel Costa de los Pinos, que, en ese momento, era lo más. La mayor parte de la plantilla del hotel venía de Canarias. Entonces era muy frecuente que los ‘guerritas’ (así es como llamaban a la gente de la hostelería) hicieran la temporada de verano en la Península o Baleares y la de invierno en Canarias. Al cerrar el hotel en invierno, los compañeros me animaron a ir con ellos hasta Canarias y no les costó mucho convencerme. Salí de Palma en el barco ‘Villa Madrid’ y, pasando por Barcelona y por Cádiz, llegué al puerto de Gran Canaria siete días después.

—¿Le costó mucho encontrar trabajo en Canarias?
—No. Nada más llegar me esperaba quién había sido mi jefe de rango en Mallorca, Salvador, y con quien establecí una gran amistad. Él era muy alto y yo tengo la altura que tengo, allá donde íbamos nos llamaban ‘la una y cuarto’ (ríe). La cuestión es que Salvador me tenía una habitación buscada, me tenía trabajo y todo más que organizado.

—¿Estuvo mucho tiempo en Canarias?
—Ya lo creo: 13 años. Y todos trabajando para la misma empresa, que primero tenía un restaurante chino, el China, y, con el tiempo acabó montando un segundo restaurante, chino también, espectacular. Con 20 años ya llevaba toda la plantilla. Cuando ya tuve suficiente experiencia a la hora de llevar un restaurante chino y posibilidades de montar uno, vine a Ibiza y monté el Nanking, que es el mismo nombre del último restaurante en el que trabajé en Canarias. No sabía de carnes ni de pescados, de lo que más sabía era de restaurantes chinos y ese era un campo que escaseaba en Ibiza. Había algo, pero nada serio, así que decidí cubrir ese nicho con algo bien hecho y de categoría.

—¿Le costó mucho abrir el Nanking?
—Llegué a Ibiza en marzo de 1978 y el 29 de julio ya lo abrimos. Me asocié con mi cuñado, Vicent, con mi hermano Mariano y con el cocinero, a quien llamábamos Tomás. Su nombre, Chan Hong Leung, era demasiado impronunciable para nosotros. Salvo mi cuñado, seguimos todos juntos hasta que cerramos. De hecho, yo me jubilé a los 67 años por esperar a que se pudieran jubilar los demás antes de cerrar el restaurante. En cuanto Tomás cumplió los 63 años, en junio de 2016, cerramos el restaurante.

—¿A qué se dedicó desde entonces?
—Desde entonces vivo entre Tenerife e Ibiza, he descubierto que allí me encuentro mejor de salud. También es verdad que he tenido que superar problemas: en 2021 faltó Pepita, mi mujer, y se nos trastocaron un poco los planes. Normalmente la gente, cuando lleva una semana fuera de Ibiza, dice que se agobia. A mi me pasa al contrario, cuando llevo una semana en Ibiza ya llego a estar un poco agobiado. Me encanta la gente y, vaya donde vaya siempre me encuentro a unos y a otros a los que voy a saludar y a hablar con ellos un rato. Pero, por otro lado, también me gusta estar tranquilo y poder estar sin dar los buenos días ni al conserje (ríe).

—¿Cuándo se casó con Pepita?
—Nada más terminar la mili, en 1972. Ella estudiaba en Barcelona Filosofía y Letras, pero interrumpió los estudios para venir a Canarias, embarazada de nuestro hijo mayor, Eddy. El año que llegamos fue el primero en el que se implantó la UNED, pero no podía seguir con lo que ella estudiaba, así que se matriculó en Filología Española. Sin embargo, cuando volvimos a Ibiza dejó esta carrera para ponerse a hacer Derecho. Cuando terminó (a la vez que nuestro hijo pequeño, Rubén), en vez de montar un despacho de abogados, hizo las oposiciones y montamos una gestoría: la gestoría Ferrer.

—Entonces, aparte del Nanking, abrió otros negocios, ¿no es así?
—Sí. Montamos la gestoría, pero también un souvenir en Figueretes y una heladería en Es Viver, La Fruta. Pepita se pasaba los inviernos estudiando y, en verano, se dedicaba a la heladería. Ahora ya los hacen en bastantes sitios, pero en La Fruta fuimos los primeros en hacer el helado de flaó.