Carmen Marí entrando en Cas Pages, el restaurante que puso en marcha su padre hace 50 años. | Toni Planells

Carmen Marí (Vila,1968), creció en el barrio d'es Pont de s'Argentera. Allí su familia abrió una panadería que, con los años, se convirtió en el restaurante Cas Pages hace 50 años que regenta a día de hoy junto a su hermana tras tomar el relevo de sus padres.

—¿Dónde nació usted?
—Como fui sietemesina nací en Vila, en la clínica de Villangómez, pero yo soy de Santa Eulària de toda la vida. En casa siempre fuimos cuatro, mis padres, Toni ‘Pujolet' y Maria de Can Pere Mateu (de Sant Llorenç), mi hermana mayor, Lucía, y yo.

—¿Dónde creció?
—En el barrio d'es Pont de s'Argentera. Éramos todos una piña. Todavía recuerdo que íbamos al bar de Can Curreu, donde había una máquina de música y, por 25 pesetas, podíamos elegir tres canciones. Entonces no había tele en todas las casas y también íbamos a Can Curreu a verla. Los domingos nos íbamos todos de excursión a Ses Salines, donde solíamos hacer alguna torrada. Organizábamos la rua de carnaval, la más conocida fue la de ‘San Carlos-Dakar', nos juntamos más de 80 personas. También me acuerdo de mi abuela Margarita, que se llevaba muy bien con los ‘peluts'. Les vendía huevos, les daba leche para sus criaturas… cuando ellos la veían caminando por la carretera se paraban con su furgoneta y la llevaban donde quiera que fuera. ¡Tendrías que verla, vestida de payesa en la furgoneta cargada de peluts! (ríe). Y es que los primeros que vinieron eran buena gente, más adelante empezaron a llegar los malos.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mis padres eran payeses antes de poner una panadería en la que hacían pan payés en un horno de leña y amasando a mano hasta que ya se compraron alguna máquina. El horno tenía una puerta grande de hierro que se subía y se bajaba, recuerdo que, cuando era muy pequeña, me agarraba a ella para columpiarme (ríe). Allí trabajaban día y noche mis padres con la ayuda de Gloria, que se crio en casa desde los ocho hasta los 18 años. Llevaban pan a todos lados en Ibiza: a Vila, a Santa Eulària, a Sant Joan… Cada vez que mi padre llegaba a servir el pan a uno de sus clientes decían «ja arriba es pages» y, de esta manera, le acabaron llamando ‘Es Pages'. Hay algo que no todo el mundo sabe sobre mi padre y es la excelente caligrafía que tiene y lo bien que dibujaba.

—¿Hasta cuándo tuvieron la panadería?
—Hasta que un primo de mi padre, Paco, le propuso montar un restaurante. La cuestión es que Paco y mis padres acabaron abriendo el restaurante Cas Pages hace ahora 50 años. En cuanto Paco se casó, se marchó para poner en marcha su restaurante en Vila, El mesón de Paco, que fue un lugar emblemático en su momento y mis padres continuaron con el restaurante.

—¿Le tocaba echar una mano en el restaurante?
—¡Ya lo creo! Entonces no había el concepto que hay ahora de explotación infantil y, cada vez que hacía falta, nos llamaban a mi hermana y a mí para que bajáramos al restaurante a limpiar platos. Me enfadaba muchísimo porque siempre nos pillaban viendo Sandokan y no quería perdérmelo (ríe). Mi hermana, con 15 años ya estaba tomando comandas y muchas veces, cuando venían los extranjeros, no se enteraba de lo que le pedían (ríe). Ni mi hermana ni yo fuimos a la escuela de hostelería, pero te aseguro que no nos ha hecho falta, hemos tenido escuela de hostelería desde bien pequeñitas.

—Al colegio, sí que fue, ¿no es así?
—Sí, claro. Primero a las monjas y, después, a la escuela de Santa Eulària. Pero, al terminar octavo, como no tenía la cabeza para estudiar, mi padre me puso a trabajar con él en el restaurante. Allí seguimos a día de hoy mi hermana y yo, Lucía en la cocina y yo tomando comandas. Aunque mi padre, que tiene 91 años, se jubiló hace tiempo, todavía viene por ahí a decirnos todo lo que no le parece bien (ríe).

—Tantos años en el negocio familiar, tendrá mil anécdotas.
—Ya lo creo. Muchas de ellas no se pueden contar (ríe). Una vez vino un señor, que era representante de vinos, con su esposa y Toni, el cocinero que había entonces, le saludó y le preguntó que si iba a tomar lo mismo que el otro día. La mujer le preguntó que cuándo y con quién había venido ‘el otro día'. Entonces yo, que les estaba tomando comanda, reaccioné diciéndole que el vino que nos trajo ese día era muy bueno y que nos podía traer unas botellas. Ese hombre solía ser bastante ‘del puño estrecho' pero ese día nos dejó 10 euros de bote (ríe). En otra ocasión una mesa se marchó sin pagar y, unos años más tarde, vino uno de los que había en esa mesa. Mi padre mandó al camarero a decirle que tenía que invitarle a beber algo. El hombre se levantó y le dio excusas a mi padre, que le dijo que, para comer antes le tenía que pagar la comida del día que se marchó y la que habían pedido por adelantado. Que si no quería volver jamás, le daba igual. También te podría decir muchos famosos que han ido viniendo, como Fernando Rey, por ejemplo. Sin embargo, para nosotros, toda la gente que entra en nuestra casa es igual de importante. Como una pareja de Nueva Zelanda, que vino aposta desde allí para celebrar su aniversario en nuestro restaurante después de haber visto un reportaje que nos habían hecho para la televisión.

—¿Notan la llegada del turismo de lujo en su restaurante?
—Te voy a decir una cosa: no me parece normal que se esté enfocando todo el turismo de Ibiza al turismo de lujo. Casi todo son negocios de gente que viene de fuera y habría que mirar más por la gente ibicenca. Toda la vida ha venido gente normal y corriente, familias que trabajan duro y luchan todo el año y que ahora no pueden venir porque todo está enfocado a los ricos. El turismo familiar compra en las tiendas, se come un helado, va a un restaurante… y lo estamos echando. Lo que tampoco es normal que, si un trabajador quiere venir a trabajar le cobren más de 1.000 euros para poder vivir en un sitio que no vale ni 500. Está lleno de gente que no se puede permitir un alquiler y que vive en sus coches y se ducha en los gimnasios. Es vergonzoso. Eso sin hablar de los precios que cobran en la hostelería. ¿Qué es eso de cobrar 20 euros por una cerveza? A la gente la engañas una vez, no dos. Por eso se está perdiendo la gente que ha estado viniendo toda la vida. Un cliente de toda la vida me contó que con lo mismo que le cuestan tres meses en Ibiza puede vivir un año entero en Cerdeña o en Atenas. Aquí solo queremos turismo VIP y eso es pan para hoy y hambre para mañana. Moriremos de éxito. Entonces lo lamentaremos y querremos recuperar el turismo que estamos echando ahora.