Pura en su casa con uno de los manteles que dibujó y bordó ella misma. | Toni Planells

Pura Riera (Dalt Vila,1922) es una de las pocas personas que pueden dar testimonio de todo un siglo en Ibiza. A sus 101 años mantiene recuerdos como el de la construcción del que fue el primer hotel de Ibiza, el Montesol, así como de La Guerra Civil. Su talento como bordadora le sirvió también para desarrollar su talento como dibujante para terminar pintando lienzos que nada tienen que envidiar a los de muchos de los artistas reconocidos.

—¿Dónde nació usted?
—Nací un 14 de febrero en Dalt Vila, al lado de la Catedral. Yo era la pequeña, con mucha diferencia de edad, de nueve hermanos. Aunque vivimos siempre en Ibiza, mis padres, Vicent y Catalina de Can Marianet, eran de Formentera. A mi padre le llamaron siempre ‘es Metge Riera’ o ‘es Metge de Formentera’ ya que, efectivamente, era médico. En realidad ejerció como médico en Formentera, donde nacieron mis ocho hermanos, hasta un año antes de que yo naciera. Luego vino con toda la familia a Ibiza. Primero ejerció en Sant Antoni, luego en Santa Eulària y después en Vila.

—Convertirse en médico a finales del siglo XIX, siendo de Formentera, no sería tarea fácil.
—La verdad es que no había muchos, no. Él nació en 1869 y murió en 1959 sin que nunca dejara del todo su oficio. En aquellos años apenas había tres médicos más: el metge Serra, el metge Pepet. Más adelante llegó el metge Pujolet que, junto a mi padre cubrían toda la isla.

—¿Vivió siempre en Dalt Vila?
—No. Al cabo de poco tiempo de venir a Ibiza nos trasladamos a vivir al edificio de Sa Mutual, en Vara de Rey (justo encima del restaurante Can Alfredo). Entonces Vara de Rey era una avenida la mar de buena donde jugábamos todos los niños y niñas de la zona. Recuerdo que en aquella época empezaban a poner las columnas para empezar a construir el edificio de lo que sería el hotel Montesol, al lado de casa. Había una tienda delante de casa que se llamaba Cana Joana Félix. Allí solían hacer matanzas habitualmente y nos dejaban ir a los niños, que hacíamos cola para hacer rodar la máquina de hacer sobrassada y botifarró. Al lado estaba la tienda de Cas Corpet, donde siempre iba a comprar un panecillo recién hecho para untarlo de ‘greix vermell’ en Cana Joana Félix. Después me lo comía sentada en una de las cadenas de la estatua de Vara de Rey. Me entretenía tanto así, que siempre llegaba tarde al colegio. Entonces me pillaba uno de mis hermanos mayores, Mariano, y me acompañaba al colegio que también estaba al lado de casa. Para que no me riñera la profesora, Doña Emilia Noya, mi hermano se ponía a charlar con ella para que yo entrara sin que ella se enterara (ríe).

—¿Hasta cuándo fue al colegio?
—No sabría decirte. Después fui al instituto a Dalt Vila. Entonces yo quería ser enfermera, pero como mi padre era médico, no me lo recomendó. Así que me dedique a hacer ‘labores’ en la Sección Femenina de la Falange. De hecho llegué a ser profesora allí mismo. Enseñé a varias generaciones de nenas a coser, a bordar y a dibujar las labores para después bordarlas. Allí se preparaba lo que era el ajuar antes de casarse: toda la mantelería, las sábanas… Ahora ya no se hacen estas cosas antes de casarse. ¡Ahora ya, ni se casan!

Pura acompañanado a su padre el ‘metge’ Riera en uno de sus habituales paseos.

—¿Cómo era la vida en una familia tan numerosa?
—La verdad es que me quedé yo sola con mi padre cuando yo era muy pequeña. Mi madre murió al poco tiempo de haber nacido yo y ni siquiera tengo recuerdos de ella. Mis ocho hermanos murieron en una gran epidemia de tuberculosis que hubo en los años 20 del siglo pasado.

—¿Qué recuerdos guarda de cuando estalló La Guerra?
—Con La Guerra se llevaron a mi padre al cuartel de los militares, en el Castillo. Allí asistía a todos. Quienes hacían de enfermeras eran las monjas y mi padre les recomendaba que se vistieran ‘de paisano’ por miedo a que los rojos pudieran hacerles algo. Las monjas también le ayudaron mucho a él conmigo. También recuerdo cuando sonaban las alarmas e íbamos a un refugio que había bajo la muralla. Había un agujero en el que nos metíamos por si los aviones soltaban alguna bomba. Entonces vivíamos en Conde Rosellón, que estaba justo al lado de la muralla y solo tenía que bajar la escalera para meterme en el refugio. El refugio tenía un pasillo que iba para dentro, pero yo me quedaba cerca de la puerta, más adentro había mucha tierra y me daba mucho miedo poder quedarme allí enterrada.

—Tras La Guerra, ¿recuerda los años difíciles de la postguerra?
—La verdad es que, siendo la hija del médico, tuve la suerte de no pasar falta de nada durante aquellos años. Tras la Guerra los militares lo dominaban todo, y también cogieron a mi padre como médico militar. Sin embargo bastantes vecinos de Vila se fueron a vivir al campo durante esos años. Algunos que eran republicanos, como un primo nuestro, también se marcharon a Francia.

—¿Qué relación tenía con su padre?
—Muy buena. Recuerdo que, cuando tenía unos 15 años, no me dejaba ir sola con las amigas al cine y siempre me acompañaba. Al final le acabó cogiendo el gusto a ir al cine (ríe) y era él el que me proponía que fuéramos a ver una película. Antes de ir al cine siempre nos tomábamos un café con Solvirón, que era el secretario del Ayuntamiento y normalmente venía con nosotros a ver la película. Mi padre era muy aficionado a caminar y siempre me llevaba con él a dar sus paseos por los caminos de Ses Feixes. Salíamos por un camino y volvíamos por otro. Decía que esas ‘caminadas’ le hacían bien. No estaría muy equivocado: vivió hasta los 90 años. Además, él me tuvo muy mayor, tenía 53 años cuando yo nací. Siempre lo conocí como un señor mayor, eso sí, siempre muy elegante con su traje y su reloj de bolsillo con la cadena.

—Me ha hablado de que estuvo en la Sección Femenina, ¿Estuvo allí mucho tiempo?
—Así es. Allí tenía mi escuela donde enseñaba a las nenas a hacer el ‘bordado mallorquín’. Al lado estaba lo que llamábamos ‘se jovintuts’, que era la sección masculina de La Falange, pero de chicos. De allí saqué a mi marido, Toni d’es Canals, con quien me casé cuando tenía 30 años. Era empleado de obras del Puerto y también trabajó para las empresas de Matutes. Era muy político y estuvo en Alianza Popular y llegó a ser teniente de alcalde como independiente.

—Tras casarse, ¿siguió dando clases en la Sección Femenina?
—Sí, seguí un tiempo hasta que tuve a mis hijos: Xavier, que tiene a mi nieta Mamen; Vicent, que tiene a Marc y Ariadna y a Pura, que tiene a Anna. Sin embargo, seguí trabajando en casa. Lo que hacía principalmente era dibujar las mantelerías que después bordaban las chicas con el bordado mallorquín. Nunca hacía dos dibujos iguales. Hice miles. Gané bastante con esto.

—Tendría buena mano para el dibujo, ¿es consciente de que es una artista?
—Un poco artista sí que seré (ríe). Siempre he estado haciendo algo. También me ha gustado pintar cuadros. He llegado a vender muchos, sobre todo por encargo. Aunque yo ya pintaba, cuando mis hijos ya fueron mayores, fui a Artes y Oficios para aprender un poco más junto a Pomar o a Adrián Rosa. Llegué a hacer alguna exposición y todo, por ejemplo en el Casino de Ibiza, de donde soy la socia más antigua. Cuando era jovencita iba mucho a bailar allí, también se organizaban bailes en el Pereira o en el Cine Serra. Retiraban las butacas para poder hacer los bailes.

—¿A qué se dedica en la actualidad?
—A estar tranquila, aunque también salgo con mi ‘colla’ de amigas. Pero, aunque la mayoría son octogenarias, todas son jovencitas si las comparas conmigo (ríe). Algunas de ellas fueron alumnas mías. Salgo con Caíta, Lourdes, Maria Dardis, Antònia d’en Xumeu, Carmen ‘Frit’, Inés d’en Periquet, Margarita Riera, Margarita y Tolín Canyes, Virginia o Lourdes Marí…