Joan Boned en el bar Boned, que fundó en 1979 en su propia casa. | Toni Planells

Joan Boned (Corona, 1939) abrió el bar Boned en 1979 donde había sido su propia casa. Antes de embarcarse en su propio negocio, ejerció su profesión de cocinero en los primeros establecimientos hoteleros que fueron abriendo en Sant Antoni con la llegada del turismo.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Corona, en la casa de mi familia paterna, Can Miquel d’en Jordi, que es donde vuelvo a vivir a día de hoy. Soy el tercero de cuatro hermanos, Toni y Pep por encima, y Vicent, por abajo. En casa vivíamos con mi abuela, Catalina de s’Oliver, y mis padres, Toni y Maria de Can Trull. Sin embargo, cuando yo tendría unos ocho años, mi padre partió a Buenos Aires para volver dieciseis años más tarde. Su padre ya había emigrado antes, pero él nunca volvió.

—¿Vivían de su finca?
—Era una finca pequeñita, sin embargo daba lo suficiente como para poder tener algo de comida durante todo el años. Tenéis que pensar que vivimos tiempos de miseria aunque, viviendo en el campo, nos podíamos ir apañando. Sembrábamos trigo para poder hacer pan. Si había pan, ya había comida. También cebábamos un cerdo para poder hacer matanzas y teníamos unas cuantas ovejas para poder tener algo de leche y vender los corderos y tener algo de dinero. En el campo, trabajábamos todo el verano para procurarnos un invierno con suficiente comida: pan, la matanza y unas cuantas ‘xerreques’ y ‘figues seques’. El invierno se dedicaba a hacer ‘sitges’ o a buscar madera en el bosque. Entonces la madera era otra manera de sacar algo de dinero.

—¿Qué recuerdos conserva de esos tiempos de miseria?
—(Se emociona) Venían muchas mujeres a pedir limosna. La mayoría de bastante edad, según recuerdo. Les dábamos lo que podíamos, un puñado de ‘xereques’, un pan cuando había... La gente en el campo, más o menos teníamos de todo, pero los de Vila lo pasaron bastante mal. Incluso venían de Formentera. También pedían ropa vieja que poder aprovechar, cualquier cosa que pudieran aprovechar.

—¿Iban a Vila habitualmente?
—Como mínimo íbamos a pagar la contribución, pero también a comprar alguna cosa cuando hacía mucha falta. Pero no íbamos más de un par de veces al año en el carro y la mula. Tardábamos horas en llegar, partíamos de buena mañana y volvíamos a casa ya de noche.

¿Qué hacían los niños como usted en esa época en Corona?
—Los niños solíamos ocuparnos de las ovejas. No teníamos móviles como ahora y nuestros juegos se limitaban a correr por el bosque con los vecinos. Creo que disfrutábamos más que los niños de ahora. También íbamos al colegio con Pep d’en Basora. Eso sí: niños y niñas separados hasta en el camino del colegio (ríe). Yo estuve yendo durante seis años, lo que pasaba es que, si había mucho trabajo en casa, no podía ir y perdía el hilo de las clases cada dos por tres. Sin embargo, el maestro era bastante flojito, apenas nos enseñaba a leer el ‘Catón’ una y otra vez.. Después, lo mismo con ‘El Manuscrito’, que eran los libros que había. Sin embargo, aprendí lo necesario para desenvolverme en la vida.

—¿Qué hizo al terminar el colegio?
—Empezar la carrera con 14 años (ríe). Empecé en el hotel Ses Savines con Rafel como ayudante de cocina. Al año siguiente, mi tio Joan d’es Trull (un reconocido cocinero en aquellos tiempos) me vino a buscar para trabajar con él en el Hostal Bahía. Durante un par de años aprendí mi oficio de cocinero. Desde entonces ‘inauguré’ no sé cuantos hoteles en Sant Antoni: el Palmira, el Cala Gració, el Gran Sol... En aquellos años se ganaba mucho dinero. Podía llegar a cobrar hasta 12.000 pesetas, que en esa época era un dineral. Eso sí, sabíamos a que hora empezábamos a trabajar pero no a la que terminábamos. El turismo que venía entonces no tenía nada que ver con el que viene hoy en día. Nada de jóvenes ingleses como ahora. Lo que venían eran, principalmente, parejas con sus hijos.

—¿Se relacionaban con estos primeros turistas?
—¡Ya lo creo! No había discotecas, pero había salas de fiestas. Cada noche después de trabajar me iba a la sala de fiestas Isla Blanca a intentar convencer a alguna extranjera para que bailara conmigo. Entonces se bailaba agarrado, ¡no como ahora!. Y no te creas que a las extranjeras no les gustaba bailar con los de aquí, ¡todo lo contrario!. Tampoco te creas que yo era el único (ríe). A esto lo llamábamos ir ‘de palanca’. Los que más triunfaban eran los camareros, esto hay que reconocerlo (ríe).

—¿Iba a dormir cada noche a Corona?
—¡No!. Por aquel entonces ya nos habíamos hecho la casa en Sant Antoni, en la calle Soledad. Con el dinero que ganó mi padre en Buenos Aires compró el terreno y, en unos años, construimos la casa. En verano trabajaba en el hotel y en invierno hacíamos la casa. En cuanto estuvo lista, toda la familia se trasladó aquí. Hoy en día es el bar Boned. Si te fijas en esas vigas, las hice yo con mis propias manos. Está tal cual lo dejé yo.

—¿Cuándo se convirtió su casa en el bar Boned?
—En 1979. Antes ya había acondicionado una habitación, lo que ahora es el espacio de detrás de la barra para hacer pollo asado y hamburguesas. Creo que fui de los primeros en la isla en hacerlo. La gente lo recogía por una ventana y se lo comía sentado en la acera. Más adelante también empecé a hacer piernas de cerdo asada hasta que tuvo suficiente éxito para acondicionar el bar tal cual está hoy en día con mis propias manos. Lo llevé hasta que me jubilé y tuvo muchísimo éxito. Hoy en día lo llevan mis hijos, Joan y Pep.

—¿Tuvo más hijos?
—Sí, a Margalida, la mayor. Los tres son hijos de mi primer matrimonio, con Margalida. Ahora ya tenemos cinco nietos: Borja, Marcos, Carlos, Laura y Daniela. Me separé de Margalida hace treinta años, más o menos cuando me jubilé. Desde entonces me casé dos veces más, la segunda con mi actual pareja, Ingrid, hace 15 años.

—¿A qué dedica su jubilación?
—A muchas cosas. Sobre todo a hacer deporte. Al jubilarme retomé mi afición por el karate y ya he conseguido el cinturón negro. Cuando era más joven ya había hecho karate en el Kamakura, con Marcel y Fumiaki, pero tuve que dejarlo por el trabajo con el cinturón verde. Al retirarme, fue una de las primeras cosas que hice. Sigo yendo tres días por semana.