Lali Clapés en Vila tras la charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Lali Clapés (Santa Eulària, 1952) creció en una familia tan numerosa que fue galardonada con un ‘premio a la natalidad’ por la docena de hijos que nacieron en su seno. Con 25 años de diferencia entre el hermano mayor y el menor, los mayores ejercieron también de padres. Su vida laboral estuvo principalmente dedicada a la administración. Sin embargo, la última etapa la dedicó a la hostelería antes de su jubilación

—¿Dónde nació usted?
—En una casa payesa de Santa Eulària que se llama Can Balafia de Baix. Que era de la familia de mi padre, Toni. Mi madre, Antonina, era de Cala Llonga, de Can Ramon de Dalt. Mucha de la familia de mis padres emigraron a América. Mi abuelo paterno se fue a Cuba cuando mi padre era pequeño y no volvió más. Por parte de mi madre, se fueron un par de hermanos suyos, Joan y Vicent, a Argentina. Al único que llegué a conocer fue a Joan, que vino a vernos a través de lo que se llamó ‘Operación Añoranza’.

—Su familia, ¿era muy numerosa?
—¡Ya lo creo!. Yo soy, empezando por abajo, la tercera de 12 hermanos. Cuando nació Enrique, el pequeño, invitaron a mi padre a Mallorca para darle un premio a la natalidad. Volvió con una medalla, un ramo de flores enorme para mi madre y 15.000 pesetas en el bolsillo. Creo que se lo merecía, pero tal vez mi madre más que él (ríe), que empezó a tener hijos a los 18 años y no paró hasta los 42. Los mayores cuidaban de los pequeños. Yo todavía era una niña cuando se casó María, mi hermana mayor. Luego, uno a uno, se fueron casando todos. Todos menos el mayor, Toni, que siempre vivió en casa con mi madre (mi padre murió joven) y, para mí, fue como un segundo padre.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Al campo. Sin embargo, nuestra finca era de secano y, para poder hacer huerto arrendaron un terreno Cala Llonga, ’s’hort d’en Xumeu d’en Pere Marí, para poder sembrar tomate, patata y demás. Estaba muy cerca de la playa y recuerdo que cada 18 de julio nos llevaban al huerto para ir después a la playa.

—¿Conservan la casa de Can Balafia de Baix?
—No. Piensa que, siendo 12 hermanos, repartir la herencia fue muy difícil. Además, mi padre murió sin dejar testamento. Así que decidimos que lo más sencillo era venderla. Al menos se quedó en familia: La compró Vicent Colomar, el marido de una prima nuestra, que ha mantenido el nombre de la casa y ahora la dedica al alquiler turístico. Mi hijo, Toni, que es taxista, un día tuvo que llevar a un cliente a esa casa y le hizo muchísima ilusión.

—¿Tiene más hijos?
—Sí. Toni es el segundo, pero también tengo a Francisco Javier y a Lucía. Me casé con su padre, Pascual, en el 79, un año después de que falleciera mi padre. Es italiano, de Terlizzi, y habla mejor el ibicenco que mucha gente que ha nacido allí, y es que el dialecto que hablan en su pueblo se parece mucho al eivissenc.

—¿Qué recuerdos guarda de su infancia?, ¿le tocaba colaborar en el trabajo en casa?
—Sí. Siempre había algo que hacer. Como era de las pequeñas, me mandaban a hacer comida para los conejos, cuidar de las ovejas o de las gallinas. Fui al colegio de las monjas de Santa Eulària hasta los 11 años y, después, hice el ingreso al instituto de Santa María. Como mi hermana María ya estaba casada y vivía en Vila, me quedaba en su casa toda la semana y los fines de semana, cogía el autobús e iba a casa con mis padres. En el instituto hice el Bachiller Elemental, hasta cuarto y la primera reválida.

—¿No siguió estudiando?
—No. En esos tiempos había todo el trabajo que quisieras y me puse a trabajar enseguida. Mi primer trabajo fue con Juanito Riera ‘Porxo’ en unos souvenirs que tenía en Es Canar hasta los 19 años. En casa me permitían quedarme con todo el sueldo, así que me saqué enseguida el carnet de conducir, me compré un 600 y un piso. Teniendo coche me fui a trabajar a Vila, a una tienda de la Vía Púnica que vendían los primeros ordenadores. Entonces eran unas máquinas enormes, de IBM, en las que había que meter unas tarjetas enormes en las que hacías los programas. Desde allí llevábamos la contabilidad de varios negocios y hoteles, la del hotel Zenit entre otros. Cuando cerró el negocio me puse a trabajar en Mudanzas Signes.

—¿Trabajó mucho tiempo con los ordenadores?
—No. Tampoco te creas que soy muy apañada con los ordenadores. Trabajé allí hasta que cerró el negocio. Entonces me puse a trabajar en Mudanzas Signes, donde estuve 14 años en las oficinas hasta que cerró. Trabajando allí nacieron todos mis hijos. Aparte de mudanzas, también traían muebles de la Península para las tiendas de Ibiza cuando todavía no se compraban los muebles por internet ni en Ikea.

—¿Vivió siempre en el piso que se compró al empezar a trabajar?
—No. Ese piso estaba en Es Viver, era un tercero sin ascensor y, cuando nació mi hija pequeña, no podía con los tres niños escalera arriba, escalera abajo. Se nos quedó pequeño. Así que lo alquilamos y nos compramos otro en Vila, donde seguimos viviendo. Ahora vive allí mi hijo.

—¿Qué hizo cuando cerró el negocio de muebles y mudanzas?
—Estuve trabajando tres años como administrativa en la cadena SER con Nacho Lahuerta y compañía. Entonces me puse a trabajar en restaurantes. En la cocina. Primero un verano en Casa Manolo y, después, es Xarcu de Cala Jondal. Había mucho trabajo, pero trabajaba muy a gusto y se ganaba dinero. Mis hijos ya eran mayores y salía de casa a las 10 de la mañana y no volvía hasta la una de la madrugada tranquilamente. Allí estuve desde 2005 hasta 2017, que era el año que me podía jubilar. Ese mismo año, el 17 de julio, cuando bajaba la rampa del almacén para buscar un cajón de cebollas me caí con la mala suerte de romperme la pierna muy mal. No sé cuánto rato estuve entre que alguien llegó a verme y llegó la ambulancia para llevarme a Can Misses. En pleno verano, como había muchas urgencias, tardaron días en operarme. Tardé ocho meses en recuperarme pero la pierna quedó perfectamente. De hecho, Alejandro López, que me operó junto a Guimerá, me llegó a decir que mi operación, que duró muchas horas, fue uno de sus grandes éxitos profesionales. Así que puedo decir que me jubilé de golpe, nunca mejor dicho (ríe).

—¿A qué se dedica desde entonces?
—Como no tengo nietos que cuidar, echo una mano a mi sobrina, Patricia con sus nenas, Valentina y Gabriela, que son un amor. Ahora ya van al colegio, así que me dedico a ir al Hogar Ibiza o a Can Ventosa a hacer gimnasia, a bailar, a jugar a las cartas.