Antonia Escandell. | Toni Planells

Antonia Escandell (Jesús, 1938) creció vivió Vila desde su primera infancia. Testigo privilegiada de la evolución de la ciudad desde que la gran mayoría de sus habitantes eran familias humildes que tuvieron que buscarse la vida en unos tiempos muy distintos a lo que cabe en la imaginación de las nuevas generaciones.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Jesús, en la casa que vivía mi familia como mayorales del doctor Martí. Mi padre era Toni ‘Casetes' y mi madre, Eulària de Can Ros, de Sant Llorenç. Antes habían vivido en Vila, donde se casaron y donde nació mi hermana mayor. Allí mi madre trabajaba en la casa de Ca ses Cardones, mientras mi padre hacía de mayoral en Can Llaudis.

—¿Vivió siempre en Jesús?
—No. Cuando tenía ocho años volvimos toda la familia a Vila. Antes habíamos estado en ‘Ses Maianses', otra finca de Jesús. Una vez en Vila, mi padre montó una carbonería cerca del Puerto, al lado de Can Juanto d'es Bahia y mi madre se puso a trabajar en Can Mundet, una fábrica de chocolates, fideos, macarrones… que estaba donde ahora está el bar Sa Murada.

—¿Iba al colegio?
—Muy poco. De las cuatro hermanas, unas fueron más que las otras. Y es que eran tiempos difíciles y teníamos que trabajar para aportar a la casa. Como éramos todo chicas, mi padre no supo hacer ningún niño (ríe), entre todas nos ocupábamos también del trabajo de casa. Ten en cuenta que yo nací con el final de La Guerra y, gracias a que mi madre era muy ‘arrebeixinada' (espabilada), nunca nos faltó un trozo de pan que llevarnos a la boca. Cada Navidad hacíamos salsa de Nadal, eso sí. Tampoco faltaba el ‘sofrit pagés' aunque solo fuera en las fiestas más señaladas. Hambre no pasamos, pero 'gola': toda.

—¿Recuerda haber visto vecinos pasarlo mal en este sentido?
—En Vila, por lo general, todas las familias eran más o menos igual de humildes, sin contar a los señores, claro. Pero el ambiente era muy familiar y hasta alegre. Pasabas por delante de las casas y siempre oías como cantaba una mujer. La gente cantaba. Dime tú, lo que se oye ahora delante de esas casas. Cuando éramos pequeñas nos juntábamos con las niñas los domingos por la tarde en Cas Gelaters, bajo un árbol, y nos reíamos todo el tiempo con cualquier cosa. No teníamos nada, pero éramos más alegres que la gente de ahora, que lo necesita todo para poder vivir.

—¿Qué tipo de trabajos hacían niñas tan jóvenes?
—La que podía entraba en la fábrica de calcetines de Can Ventosa. Yo no llegué a entrar nunca. Yo cuidaba de unos niños, mi hermana entró a trabajar en una casa, otra cosía en la sastrería de Balançat. Era lo que tocaba, éramos una familia humilde, apenas teníamos unos zapatos para los domingos, el resto de la semana llevábamos espardenyes. Sin embargo, todos salimos adelante.

—¿Se casó muy pronto?
—No: Me casé con Xicu Fita cuando yo ya tenía 30 años. Muy vieja para esos tiempos. Sin embargo nos conocíamos desde que éramos niños. Con unos 17 años nos hicimos novios e íbamos al Club Náutico (él era socio) a bailar con la pandilla, al cine no pudimos ir solos hasta mucho más adelante. Nos casamos tan tarde porque Xicu no quiso casarse hasta que hubiera construido la casa (era albañil) y poder irnos a vivir a nuestro propio piso. Vinimos a vivir a lo que, hace 55 años eran las afueras de Vila, que terminaba en Vara de Rey. En nuestra calle, Abad y Lasierra, apenas pasaba alguna bicicleta de vez en cuando. Eran todo huertos, fincas y casitas bajas con un huerto detrás. Tuvimos cinco hijos y ya tengo seis nietos. Sigo viviendo aquí.


—¿Siguió trabajando al casarse?
—Al principio no. Pero, cuando los niños crecieron, me hice cargo del puesto que tenía mi madre en el Mercat Vell para que pudieran estudiar y ayudar un poco en casa. Allí estuve 13 años hasta que mis piernas me dijeron que ya había trabajado suficiente.