— ¿Cómo se definiría a usted misma?
— Yo soy tendera. Tendera del pequeño comercio. Que es el comercio por el que hay que apostar. ¡Pequeño comercio a tope!
— ¿De dónde le viene este oficio?
— Pues no te sabría decir. Creo que de ningún lado. Bueno, es verdad que mis abuelos tenían una tienda, la tienda del cine Católico la llamaban. Estaba en la Avenida España, donde ahora está Art i Marcs. Era una tienda de comestibles que la llevaba, sobre todo, mi abuela, Marieta Taronjes. Mi abuelo, Bartomeu de cas Cónsul, era también carpintero e iba y venía.
— ¿Se encargaba su abuela sola de la tienda?
— No. Siempre tenía a alguna de sus hijas ayudándola. A medida que se iban casando, sacaban a otras del colegio para trabajar. Así se hacían las cosas. A madre, Neus, la sacaron del colegio para trabajar allí a los nueve años. Esto pasó con todas las hermanas, no así con el hermano, que estudió para ser piloto.
— ¿Eran muchos hermanos en casa de su madre?
— Cinco. La mayor era Rita, que ya murió. Después Odila y Elisa, Juanito más tarde y, la última, mi madre, Neus.
— Algunos de los nombres de sus tías eran poco comunes, ¿verdad?
— Sí. Es que mi abuelo era un puñetero. Mi abuela quería ponerle María a una hija suya. Pero como era mi abuelo quién iba a inscribirlas al registro, ponía siempre el nombre que le daba la gana. Cada vez que volvía a casa desde el registro, mi abuela le preguntaba: «¿Le has puesto María?» y mi abuelo siempre le respondía, «no, Odila» (o lo que fuera). Ni siquiera cuando le suplicó que llamara así a mi madre, la última oportunidad que tenía. Pero al llegar, la respuesta de mi abuelo fue: «No, Nieves». Con los años, mi madre fue a normalizarse el nombre, de Nieves a Neus, y descubrió que en la partida de nacimiento ponía solo María. Mi abuelo no se lo dijo nunca a mi abuela.
— ¿Se dedicó su madre a la tienda durante toda su carrera?
— No. Aunque no pudo estudiar, mi madre se formó de manera autodidacta y llegó a ser azafata de vuelo hasta que se casó. Entonces se vinculó al mundo de la moda. Tenía a mujeres que cosían para ella y tiendas en el muelle, que estaba en la parte de arriba de la tienda Pedro's, y en Dalt Vila, Xain, al lado del portalón. Ella misma hacía los diseños y vendía la ropa. Más adelante estuvo en una agencia de viajes hasta que se jubiló. Pero mientras tanto fue concejala de Bienestar Social en Vila, creo recordar que en la época de Villalonga o de Enrique Mayans.
— ¿Su padre a qué se dedicaba?
— Mi padre, Ángel, tenía una tienda de motos, Moto Moto, en la calle Pere Francés. La que vendía las Montesa, la mejor moto del mundo. Organizaba triales o motocross en Cap Martinet. Fue una época muy chula. Nos hizo moteros.
— ¿Es usted motera?
— Sí, pero no ejerzo. Me gustan mucho. Era el mundo de mi padre y teníamos mucha afinidad, lo mamé desde pequeña.
— ¿Tuvo moto de niña?
— Mi hermano, Fabià, sí. A los cuatro años ya tenía una Cota de 25 cc. Pero yo era la niña y, aunque la pedí, a mí no me dejaron. Para ser justos, tengo que reconocer que es tan verdad que mi hermano era muy habilidoso como que yo era un poco patosa. ¡Pero con que me hubieran puesto un casco!
— ¿Qué recuerdos guarda de la tienda?
— Guardo con mucho cariño la paciencia que tenían tanto Xicu, el mecánico, como Lely, la dependienta. No solo conmigo y mi hermano, con todos los niños del barrio, que no dejaban de entrar para pedir pegatinas.
— ¿A qué colegio iba?
— A muchos. El primer curso lo hice en Sa Bodega, segundo en Can Misses y, a partir de tercero, en Can Misses antes de ir al instituto en Blanca Dona. Pero al acabar el instituto no salí fuera a seguir estudiando.
— ¿Cuándo comenzó a trabajar?
— Mi primer trabajo fue en una agencia de viajes, un touroperador que se llamaba Mundicolor. Estuve más de 20 años como guía. Ha cambiado mucho el tipo de turista que viene. Tenían recursos y buena educación. Allí es donde me entrené como vendedora. Era guía, pero también vendía excursiones, tickets o alquileres. No era del tipo de guía que les acompaña por Dalt Vila. Pero era un trabajo de temporada. Yo quería algo de estabilidad y lo dejé.
— ¿Y a qué se dedicó?
— Abrí un bar. Me junté con Pilar Garzón, que era amiga de mi madre, y Toni Sunyer (como socio capitalista) y pusimos en marcha el Ítaca. Fue idea de Pilar y, tras un año, se lo acabó quedando ella. Teníamos conceptos distintos. Después estuve con un dentista, David Puertas, unos años. Esos años tuve a mi hija, María, como mi abuela. Coincidió en el tiempo que una amiga, Laura, también tuvo a su hija y me propuso montar una tienda para poder tener las dos una nómina trabajando media jornada cada una. Así montamos Kebele, que es el nombre de una calle de Etiopía, donde nació la hija de mi socia, que, por desgracia, murió hace unos años.
— ¿Qué tipo de tienda es?
— Es una tienda de toallas, ropa de cama y demás. Una tienda más de pequeño comercio. Antes había muchas, pero las grandes superficies, internet han hecho mucho daño. Pero lo que hace más daño es la falta de conciencia del consumidor, que es quien, al final, toma la decisión de qué y donde comprar. Por suerte, aquí tenemos una clientela maravillosa y también cuento con la ayuda de Yolanda, que trabaja conmigo desde hace unos años. La mejor compañera que podría tener.
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