Pat en la sede de la Asociación de Vecinos Tres barrios, en Can Escandell. | Toni Planells

Patricia, Pat, Plant (Stoke on Trent, Inglaterra, 1955), es un ejemplo de turista que, al conocer la Ibiza de los años 70, decidió dar un giro a su vida y quedarse a vivir en la isla para siempre. Tras más de 46 años haciendo su vida en la isla, Pat ya es una ibicenca más, enamorada de su tradición y cultura.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en una granja, en un pueblo del centro de Inglaterra que se llama Stoke on Trent. Esa granja, cuando yo tenía tres años, se la quedó el Ayuntamiento y lo echó todo abajo. Así que mi padre y mi abuelo construyeron dos casas en un pueblo cercano, que se llama Bagnall, que es donde crecí y me crié.

— ¿Cómo es Bagnall?
— Es un pueblecito muy pequeño y antiguo. La primera vez que lo vio mi marido dijo que parecía que la policía tenía que ir con lanzas [ríe]. La vida de allí era de campo. Como si fuera Santa Gertrudis, pero en Inglaterra. Todos nos conocíamos. Por ejemplo, no te podías portar mal porque alguien te iba a ver y contárselo a tu madre. Veíamos a las vacas cómo venían de pastar, las ordeñábamos, recogíamos huevos... De hecho, el padre de mi amiga Lynn, Brayford, era lechero y las dos le ayudábamos desde bien pequeñitas a repartir las botellas de leche por las casas.

— ¿Era usted repartidora de leche en su pueblo?
— Sí, pero cuando era pequeña. También les llevábamos zumo de naranja y huevos. Pero no solo le ayudábamos con el reparto, también con el embotellado y selección de la leche y los huevos. Había clientes que querían la leche de tal o cual vaca y los huevos había que seleccionarlos por tamaño. El señor Brayford tenía una furgoneta que se iba parando cada rato y, entre los tres, repartíamos todo el material entre los vecinos y nos llevábamos las botellas vacías.

— ¿A qué se dedicaba su familia?
— Betty, mi madre, fue ama de casa hasta que mi hermano pequeño, Tim, empezó a ir al colegio. A partir de entonces comenzó a trabajar como secretaria en una escuela. Tengo otro hermano, Tony, un año menor que yo. Mi padre, igual que mi abuelo, se llamaba Reginald y los dos se dedicaban a la construcción. En realidad, mi padre hubiera querido ser arquitecto. De hecho, empezó a trabajar como aprendiz en un estudio, pero las circunstancias de la vida de su familia le obligaron a dedicarse a ser albañil. La construcción era un oficio mucho más respetado y prestigioso de lo que es ahora.

— ¿Cuánto tiempo estuvo en Bagnall?
— Hasta que me vine a Ibiza. Era 1975 y vine un par de semanas de vacaciones con mi amiga del pueblo, Caroline. Nada más llegar, se me abrieron los ojos. Al salir del barco y ver ese paisaje, con las payesas y los pescadores trabajando en el muelle, me pareció descubrir un mundo diferente. Estuvimos dos semanas en el hotel Simbad, en Talamanca, y tanto a Caroline como a mí esas dos semanas nos cambiaron la vida. Tanto que al volver a casa, a principios de octubre, fue para explicarles a nuestros padres que nos veníamos a vivir a Ibiza las dos en febrero. Así fue.

— ¿Cómo se tomaron en Bagnall que se viniera a Ibiza?
— No muy bien, la verdad. Mi padre decía que eso era un eight days wonder [una ilusión pasajera, que se pasaría en ocho días] y mira, hace ya casi 46 años y no se nos ha pasado. La condición que nos pusieron nuestros padres fue que también compráramos un billete de vuelta con la fecha abierta.

— ¿Cómo fue su desembarco definitivo en Ibiza?
— Al principio, como lo que mejor conocíamos era la zona del hotel Simbad, cogimos el autobús a Talamanca. Allí nos acercamos al bar Andalucía y como les habíamos conocido unos meses antes les explicamos que buscábamos casa. Alquilamos un bajo en Paraíso del Mar y cuando se nos acabó el dinero que llevábamos hablamos con el señor Torres, el director del Simbad, y nos dio trabajo a las dos limpiando habitaciones.

— El hotel Simbad es una pieza importante en su vida.
— Sí. Porque, al poco tiempo, Caroline empezó a salir con un chico, Ramón, que muy pronto (a lo mejor por lástima de verme sola) me presentó a su amigo, Pedro. Los dos trabajaban de mantenimiento en el hotel y las dos acabamos por casarnos con ellos. Ni yo hablaba castellano ni el inglés, pero acabé aprendiendo pronto. Con Pedro tuve a mis tres hijos, Salvador, Jordan y Patrick. Pero de él me separé, empezó a beber y me fui por los malos tratos. El día que me levantó la mano dije ‘basta'. Mi hijo mayor, que tenía 16 años, le enseñó el puño para protegerme, así que cogí a mis hijos y me marché. Eran otros tiempos y apenas había ayudas para estas cosas. Tuve que apañármelas sola con mis hijos y comprándome un piso.

— ¿Cómo salió adelante sola?
— Hasta que me separé yo había sido totalmente dependiente de mi marido económicamente. Solo podía dar alguna clase de Inglés. Con eso me hice un rinconcito para poder alquilarme un piso al separarme. Seguí con mis clases de Inglés y, poco después, comencé a trabajar también en Iberia durante los veranos. Daba las clases en la academia Britania, pero cuando se solapaba la temporada de las clases con las del aeropuerto no daba abasto y lo dejé. Menos mal que me ofrecieron trabajo para dar Inglés en las extraescolares de Can Cantó. Así pude combinar los dos trabajos hasta que me jubilé, hace un año.

— ¿A qué se dedica en su jubilación?
— Ahora que he terminado mi vida laboral quería poner mi granito de arena y dedicarme a algo que pueda dar un poco de alegría a la gente. Así que formo parte de la directiva, soy la tesorera, de la Asociación de Vecinos Tres Barrios, en Can Escandell (donde vivo desde hace 43 años). Allí organizo los ‘Tea & Chat' para que los mayores puedan practicar inglés, por ejemplo. También hacíamos cursos de taichi o un curso de cestería, por ejemplo, pero la pandemia lo interrumpió. Ahora estamos retomando las actividades. También soy maestra de reiki, que lo descubrí con la enfermedad de mi amiga Encarna, le calmaba la ‘quimio' y decidí aprenderlo. Pero sobre todo le dedico tiempo a lo que más me ha gustado siempre: leer. No me puedo imaginar la vida sin la lectura. Desde que, de pequeñita leí Winnie de Poo y Alicia en el país de las maravillas, no he dejado de leer nunca.

— ¿Qué fue de Caroline?
— Allí sigue, casada con Ramón y viviendo en Talamanca.