Nacho García, en el puerto de Ibiza, minutos antes de charlar con ‘Periódico de Ibiza y Formentera’. | Toni Planells

Nacho García (Madrid, 1976) regentó durante años el bar Mei, en la ciudad de Ibiza, pero su verdadera vocación es la de ser maestro, profesión que ha venido ejerciendo en Ibiza desde hace años en el CEIP Venda d'Arabí y ahora en Sa Graduada. Un tipo optimista y alegre, siempre con una sonrisa encima y tratando de ayudar a todo el mundo.

—¿Qué le trajo a Ibiza?
—Vine de Madrid en 2002. Yo siempre había tenido dos sueños: ser maestro de Infantil y tener un bar de copas. Pero lo que estudié, desde un criterio más enfocado en el beneficio económico, fue Derecho y algún máster de Dirección de Empresas. Cuando conocí al que fue mi marido durante años me propuso que el bar de copas lo montara en Ibiza ya que en Madrid estaba la cosa mucho más difícil. Así que nos vinimos a Ibiza y a los seis meses ya tenía el local y un trabajo en Sa Nostra. Entonces, monté el Mei.

—Primer sueño cumplido, ¿Qué hay del sueño de ser maestro?
—También lo cumplí. Creo que era sobre el 2008 cuando me puse a sacarme el catalán para tener el nivel C, necesario para la carrera. En 2009 ya entré en la universidad y en 2013 acabé el Grado en Educación Infantil. Desde entonces hasta ahora he estado como maestro, primero en el CEIP Venda d'Arabí y ahora en Sa Graduada.

—¿Qué recuerdo guarda de su época en el Mei?
—Estoy más que orgulloso de todo lo que conseguí con el bar. En más de 19 años allí he visto a gente joven conocerse, enamorarse y tener hijos; ahora como maestro tengo a sus hijos. Es un ciclo de la vida muy bonito. La mayoría de padres me conocen por que han venido al bar.

—¿Son los hijos del Mei?
—[Ríe] De hecho, hay un niño al que le llamamos Sergi Mei, el hijo de Ana. Vi cómo empezaron a salir, cómo se enamoraron y cómo, antes de tener a Sergio, Ana venía al bar embarazada a tomarse un agua.

—¿Cuál fue la clave del éxito del Mei durante casi dos décadas?
—Era un bar muy familiar. Te recibía dándote la mano o un abrazo. Cuando entrabas por la puerta ya nos sabíamos las copas de la gente y antes de llegar a la barra ya lo tenías servido; no tenías ni que pedirlo. El techo y las paredes estaban forradas de las fotos que hacía a cada persona que venía. Otra cosa característica del bar era nuestro bol de gominolas, ¡menuda ruina! Todavía me llegan mensajes a las tantas de la madrugada de alguien que va al bar y dice que le han puesto kikos, que echan de menos nuestras gominolas. Además, si el bar funcionó también fue gracias al equipazo/familia que formábamos todos los que trabajábamos allí.

—El mundo de la noche es como es, ¿Cómo fueron esos años?
—No tuve ningún problema jamás, ni con vecinos, ni con otros bares, ni con la policía. Jamás tuve una redada. De hecho, la Policía y la Guardia Civil me han llegado a felicitar. Yo siempre he sido muy antidrogas (vale que el alcohol también es una droga, pero legal). Alguna vez que alguien nos pedía si teníamos o podíamos conseguir algo de droga, le invitábamos amablemente a abandonar el bar.

—¿Echa de menos el bar?
—No, el bar no. A quien sí echo mucho de menos es a la gente, pero ya te digo que al bar no. El bar lo vendí, me lo quité de encima y ¡ciao ciao!. ¿Tú sabes cómo vivo ahora? Como un rey, me puedo ir de vacaciones, ir a ver a mis padres los fines de semana. Una pasada.

—¿Por qué lo dejó ?
—Por un accidente. En 2019. Me atropelló un coche que me hizo volar y me dejó toda la parte derecha destrozada. Ahora estoy bien, aunque se llegó a hablar de perder la mano derecha. Me la pusieron con placas de hierro para poder escribir y seguir siendo maestro, que es el sueño de toda mi vida. Ha sido un año y medio de operaciones y casi dos de baja para recuperarme del todo.

—¿Tuvo que cerrar a raíz del accidente?
—No. Lo dejé por que, tras el accidente, me di cuenta de que lo tenía todo, pero que no había vivido. Dicen que te tiene que pasar algo muy bestia para que te despierte la conciencia y eso es lo que me ocurrió. Antes ya lo era, pero ahora me he vuelto todavía más místico. Ahora veo, antes solo miraba.

—¿A qué se refiere con que no vivía?
—Cuando se me pasó la anestesia tras el accidente, me di cuenta de que había vivido muy deprisa. Piensa que trabajaba los siete días de la semana, los 365 días del año. De lunes a viernes por la mañana en el cole, por las tardes en el bar recibiendo pedidos y colocándolos y viernes y sábado noche en el bar. La vida te da señales de que vives muy rápido. Ya me dio un aviso con una caída en la moto en la que me rompí un dedo del pie. Pero como no le hice caso, la vida dijo: ‘Espera que te voy a sentar un ratito, pero bien sentadito', ¡y vaya si me sentó!

—¿Cómo le ha tratado la vida desde entonces?
—Muy bien, la verdad. El accidente me cambió la vida en todos los aspectos. He estudiado mucho sobre inteligencia y educación emocional, he hecho cursos de bioneuroemocional y de todo. Soy una persona naturalmente alegre y optimista y creo que esto me ha ayudado a salir del accidente cuando lo normal es caer en una depresión. Aunque reconozco que al principio, el verme en la silla de ruedas me impactó. Fue duro depender de alguien para todo, hasta para ducharte, y tengo que reconocer que al principio ese Nacho alegre desapareció durante unos meses.

—Ahora se le ve recuperado.
—Sí, ahora estoy al 100%. He estado haciendo todo tipo de rehabilitaciones, en Can Misses y privadas. Me lo he currado bastante. Piense que, durante casi dos años, mi única obligación ha sido ir a masajes y rehabilitación para recuperarme y lo he conseguido. Soy más feliz que nunca.