—¿Qué quiere reflejar en la muestra?
—La dualidad en el mundo del refugiado. Por un lado están los que llegan a las puertas de Europa escapando de la guerra y la miseria con la esperanza de encontrar un país de acogida donde vivir en paz, trabajar o dar de comer a los suyos. Son las fotos de Lesbos y de los campos de refugiados de Idomeni. Zonas donde hay miles de personas bloqueadas en condiciones infrahumanas mientras la Unión Europa y Turquía ejecutan su pacto de la vergüenza para deportarles masivamente a territorio turco a cambio de 6000 millones de euros y evitar así el flujo de emigrantes a Europa. Y por otro, tenemos la parte de Kobane, en el Kurdistán sirio, dos semanas después de su liberación. Allí entré ilegalmente, bajo los túneles de la frontera con Turquía, y capté el punto de vista de aquellos que vuelven a su hogar cuando éste ha sido zona de guerra y está todo destruido.
—¿Por qué hablar sobre lo que pasa en el otro lado del Mediterráneo?
—La idea es difundir lo que pasa en esas zonas, y hacerlo especialmente entre los jóvenes. Se merecen que les hablemos de las cosas tal como son para que tengan materiales y herramientas para pensar y analizar por si mismos la realidad. Además es necesario que puedan destruir estos muros que se intentan construir desde Europa, basados en la intolerancia, el racismo y la xenofobia.
—¿Lo entienden?
—Espero. Europa es una tierra de continuas migraciones. Nadie es de ningún sitio, todos somos de todas partes y quiero que los jóvenes entiendan que si esta gente viene, no es por gusto ni por placer, sino porque busca una vida mejor y huir. Los de los países en guerra de una muerte segura y los de los países sin recursos para sobrevivir. Son dos violencias, pero violencia al fin y al cabo.
—Usted que lo ha vivido en primera persona. ¿Cómo es la situación en Siria?
—Ahora es muy difícil cruzar de Turquía a Siria porque en la zona fronteriza de dominio kurdo se está dando un proceso de confederalismo democrático de tres provincias. Es un proceso pionero en Oriente Medio que incluye la integración de la mujer en la vida política, la integración interreligiosa entre yacidies, cristianos y musulmanes y el establecimiento de un sistema asambleario puro y democrático al 100%.
—¿Y el dictador al-Assad? ¿Y Turquía?
—Si él está en la parte occidental de Siria. Allí continua luchando por recuperar su hegemonía y mientras, en la parte turca Recep Tayyip Erdogan intenta criminalizar al pueblo kurdo para ocultar las carencias democráticas de su país. En fin, que ni a unos ni a otros les interesa que nos hagamos eco de esto en Occidente.
—¿Lo peor de la experiencia vivida?
—La desesperanza de los que esperan en los campos. La falta de una visión de futuro en los rostros de los que te encuentras. Mucha gente solo ve negro, solo ve negativas, fronteras, puertas cerradas y deportaciones. Esta desesperanza es lo que más me impacta, porque no se ve una luz al final del túnel.
—¿Y lo mejor?
—La resistencia, la voluntad de la gente y el apoyo que reciben los refugiados. No de los gobiernos, sino del pueblo. En Grecia, un país donde la gente tiene muchas dificultades, he visto personas que se acercaban a los campos con sus coches para llevar comida, mantas, ropa... Además hay ongs que se han creado de la nada, desde aquí, para auxiliar a esas personas. Esta reacción de la gente de la calle, de la gente que ve lo que pasa por la tele y deciden que no pueden quedarse sentados mirando, es la parte de esperanza en la que contribuyo con mi granito de arena.
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