Maria Torres Orvay se despertó pronto esta mañana de víspera de San Juan para preparar un plato típico de estas fechas: la coca de Sant Joan. Una coca a la que pudo añadirle albaricoques ya que no la hacía para su casa, donde no se los añade porque «los niños pequeños después no se la comen». A los mayores que se encontraban en la cafetería de Can Ventosa sí que les gustó, e incluso alguno pudo darse el lujo de repetir. Y con esta coca como referencia, Maria se juntó a Neus Planells Molina, presidenta del Esplai, para preparar otra delante de una multitud de ojos interesados en aprender la receta.
«Mejor colocarlo todo en esta mesa», se comentaba por un lado. «No, yo creo que mejor movemos las sillas y hacemos hueco en medio», se opinaba por otro. «Yo quiero comer», decía un señor que se acercaba de su sitio en la cafetería. Cuando ya se juntaron las miembros del Casal de Mayores y algunas personas que querían unirse a mirar y aprender, Neus saludó y, con Maria a su lado, comenzaron a preparar el dulce. Se repartieron folletos con la receta y en menos de lo que canta un gallo se pusieron manos a la obra.
Unos 300 gramos de azúcar, 400 de harina, un sobre de levadura y tres huevos para empezar. «¡Aquí pone cuatro huevos!», saltó una voz. «¡Son tres!», respondió Maria, con la medida ya ajustada. En vez de echarle vaso y medio de leche, la colaboradora del Esplai explicó que ella prefiere poner un Yogurt de limón y así ya tiene el sabor ácido de la fruta, que no tiene que rallar después. A la masa tan solo le falta medio vaso de aceite de girasol y ya estaría. «Esto es más fácil con mi batidora eléctrica», comentó Maria entre risas mientras mezclaba los ingredientes en el bol.
Esa masa ya estaba terminada y tocó buscar un lugar donde cocinarla. Tras unos minutos de idas y venidas consiguieron una bandeja y la dejaron reposar media hora en el horno de la cafetería. Mientras tanto, Neus explicaba cuál era el último toque que necesitaba la coca de Maria, ya cocinada y tan apetecible en el centro de la mesa: «Hay que echarle azúcar con canela, todo mezclado, por encima. Y después, para que quede doradito, salpicarla de coñac con la mano». No se le echó coñac, por mala suerte.
«Yo no puedo estirarla más», decía Maria a medida que su bandeja quedaba vacía de coca. Carmen Rodríguez Garrido corría a por una servilleta, cogía un trozo, se iba a su mesa a comerlo y enseguida volvió a por otra porción: «Es que está para chuparse los dedos. ¡A ver si cuando la cocine en mi casa sale como esta!». Clientes de la cafetería que no habían asistido a la receta también aprovecharon el momento para probar el delicioso dulce.
En el otro lado de la mesa estaban Carmen Tur y Antònia Bonet. «Todo esto es una maravilla, ya ves cómo estamos todas. Tenemos ochenta y tantos años y nos lo pasamos genial», decía una simpática Carmen mientras comenzaban a repartirse los últimos trozos del dulce. En el Esplai llevan a cabo varios talleres culinarios: «A mí lo que más me gusta son los panellets», afirmaba Antònia. De pequeñas, en los años cuarenta, no se podían preparar estos postres por la situación que se vivía, pero conseguían elaborar otros platos como «farinetes, arroz hervido con azúcar y canela, o flanes». «Teníamos que llevar los platos a los hornos, porque antes no teníamos en cada casa», rememoraban las dos.
¿Y los albaricoques, pueden cambiarse por otras frutas? «Claro. Se pueden poner nísperos, manzanas, peras, ciruelas… Si la pasta está buena, lo otro también», explicó Maria. A su alrededor se montaban grupitos para sacarse fotos, comer y charlas entre todos. «Mucha gente… pero pocos a trabajar», se reía. El año pasado prepararon un taller de macarrons. La coca de este año ha volado en la mesa, y en la cafetería había decenas de personas que esperaban que el guateque pudiese alargarse cuando se enfriara la otra, que ya salía del horno.
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