Pi Patel se embarcó en un carguero japonés rumbo a Canadá junto a su familia y los animales del zoológico de su padre. Tras varios días de navegación, una fuerte tormenta hizo zozobrar la nave en mitad del océano Pacífico. Horas más tarde Pi se despertó sobre un bote junto a una hiena, una cebra y un orangután a los que se uniría posteriormente Richard Parker, un furioso tigre de Bengala que se encontraba oculto en la balsa y que se deshizo de la hiena, que amenazaba la vida Pi tras haber acabado con la vida de los otros dos animales. El joven tuvo que sobrevivir junto a la fiera durante una larga travesía de 227 días ganándose su confianza e imponiendo su superioridad a base de inteligencia, amor y compasión. Alimentó y mantuvo alejado a su feroz compañero de viaje, siendo permanecer en constante alerta lo que realmente les salvo la vida a ambos. La historia, obra del escritor canadiense Yann Martel, fue llevada al cine por Ang Lee en 2012 obteniendo cuatro premios Oscar en lo que se considera una obra maestra de ficción filosófica que profundiza en temas religiosos por medio de animales en una fantástica e increíble historia narrada por su propio protagonista, interpretado en esta ocasión por el novel actor Suraj Sharma.
La consideración de los animales, que comenzaron siendo meros instrumentos al servicio del hombre, ha evolucionado hasta ser reconocidos en la actualidad como seres sensibles, que experimentan sensaciones y padecen sufrimiento, garantizándose plenamente su protección y bienestar. Ya decía Gandhi que «la grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la forma en que se trata a sus animales». Así, la Declaración Universal de los derechos de los animales, proclamada el 15 de octubre de 1978, reconoció el derecho a su atención, cuidado y protección por parte del hombre, mientras que, en el ámbito doméstico, la Ley 7/2021, de 15 de diciembre, sobre el régimen jurídico de los animales, y la Ley 7/2023, de 28 de marzo, de protección de los derechos y el bienestar de los animales, garantizan su protección en diversos ámbitos como, entre otros, en materia de transporte.
Dada esta nueva concepción y la obligación de su protección se han ido implementando medidas que incluyen la posibilidad de que los humanos puedan viajar en compañía de sus mascotas en distintos medios de transporte como aquellos que realizan travesías marítimas. De hecho, quien pretenda viajar en barco podrá hacerlo junto a sus animales por medio de alguna de las diversas posibilidades que se ofrecen en atención a las características del buque de que se trate, como las casitas de la calma, los camarotes o las butacas pet friendly. Pero mientras las dos primeras no suponen mayor perjuicio para el resto del pasaje, en tanto que las mascotas se encuentran aisladas en zonas debidamente acondicionadas y con los servicios necesarios para ello, la tercera, en la práctica, conlleva ciertos inconvenientes que sería deseable solventar, porque si bien es cierto que debe procurarse el bienestar animal, no menos cierto es que también resulta necesario hacerlo del resto del pasaje. Y es que estas butacas pet friendly permiten viajar al pasajero junto a su perro, gasto, conejo, hurón o ave en su regazo o en sus pies durante todo el trayecto, condicionándose dicha posibilidad, previo pago del correspondiente importe, a que la mascota no supere los 8 kg de peso, incluyendo el transportín, que deberá cumplir determinadas dimensiones y un dispositivo para contener y retirar los residuos, y a que permanezca dentro del mismo. Sí, en todo momento y sin excepción.
Sin embargo, puede comprobarse cómo, lamentablemente en más de una ocasión, los dueños de estas simpáticas mascotas, poniéndose el mundo por montera y aprovechando sus pequeñas dimensiones, las sacan de su reglamentario y obligatorio transportín con el fin de poder tener con ellos mayor contacto y procurarles un viaje más placentero, la mayoría de veces con la complacencia, ignorancia o desidia de la propia tripulación encargada de hacer cumplir las normas vigentes y de velar por el bienestar y seguridad del pasaje en su conjunto, sin caer en la cuenta de que, con su imprudente actitud, pueden afectar severamente la salud del resto de pasajeros. Porque estas butacas no se encuentran en una zona distinta y distante de aquellas que son ocupadas por personas con alergias, fobias, antipatías o, simplemente, cierto pudor, mientras que las únicas zonas que se encuentran libres de animales, curiosamente, tampoco admiten a menores de edad. Vamos, que si eres alérgico al pelo de los gastos o perros y, a su vez, menor de edad, tienes un problema de tres pares de narices, nunca mejor dicho.
Las soluciones posibles tampoco es que sean nada del otro jueves. Todo pasa, en primer lugar, porque los dueños cumplan las normas y, en su defecto, se las hagan cumplir de forma estricta. Ya saben que, como dijo Montesquieu, «la ley debe ser como la muerte, que no exceptúa a nadie» o, como afirmara Sófocles, «Un estado donde queden impunes la insolencia y la libertad de hacerlo todo termina por hundirse en el abismo», sin que pueda servir de excusa aquella manida frase de Goethe sobre que «si se quisieran estudiar todas las leyes no habría tiempo material de infringirlas». Los derechos de los animales terminan donde comienzan los de los seres humanos, lo que es igualmente aplicable a quienes pasean sus mascotas por calles, parques y playas sin la preceptiva correa o bozal y, por supuesto, sin recoger o limpiar sus excrementos. En segundo lugar, por crear zonas distintas y separadas de butacas para usuarios que viajan con mascota y sin ella. Está bien eso de enorgullecerse de ser navieras pet friendly, pero no estaría de más habilitar zonas pet free para que los pasajeros diagnosticados de algún tipo de intolerancia no tuvieran que viajar durante horas rodeados de estos animales. Sin ir más lejos, una conocida, alérgica al pelo de perros y gatos, tuvo que ser atendida en urgencias nada más desembarcar por un ataque asmático provocado por navegar rodeada de estas mascotas. Poca broma.
Cuando Pi fue rescatado, los funcionarios del departamento marítimo del Ministerio de Transporte japonés a los que contó su aventura no creyeron lo ocurrido, por lo que volvió a describir lo sucedido sustituyendo a los animales por personas. La primera versión mostraba la convivencia en sintonía entre hombre y animal, la aceptación del otro como recurso de humanización. Una visión de la vida con elementos trascendentales que le dan sentido, como la fe, la verdad, el sufrimiento o la esperanza. Una apertura a la naturaleza animal usando el amor como fuerza inspiradora. La segunda, por el contrario, mostraba la brutalidad de los humanos. Una visión puramente egoísta de la vida, sin fe ni esperanza en las personas. La cruda y dolorosa realidad de un mundo repleto de intolerancia abandonado al libre albedrío. Como Pi al final de su relato les lanzo la misma pregunta que le hizo al escritor que le entrevistaba ¿Qué historia prefieren para dar sentido a la convivencia entre humanos y animales? Ustedes deciden.
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