Ana Mateos
Ana Mateos

Comunicadora

Opinión

Lo que nos devuelve el mar

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Hace unos días, en la costa de Levante, hallaron junto a la orilla un cuerpo sin vida. A saber, alguien paseaba plácidamente disfrutando de uno de esos días de sol que nos regala el invierno y se topó con una imagen dantesca: un cadáver.

Leo las informaciones al respecto y se trata del quinto cuerpo hallado sin vida en las costas de Formentera en lo que llevamos de año. El mar nos ha devuelto lo que nos pertenece: la muerte. Se me instala en la boca del estómago un dolor extraño que no sé explicar. Tal vez por lo aséptico de las noticias. No quiero ser sensacionalista, entiendo que una noticia debe explicarse del modo más asertivo posible, sin entrar en juicios de valor, simplemente informando de los hechos: Muerto. Varón. Avanzado estado de descomposición. No identificado… Y ¡ay! Ahí viene: posiblemente sea uno de los migrantes que están llegando a nuestras costas.

Esta parte me sobrecoge. Recuerdo perfectamente ser pequeña y que llegasen ballenas varadas a la costa o delfines, que al fin y al cabo, pertenecen al mar y que causasen mayor revuelo que este. Pero aquí, cuando definimos a la persona, porque recordemos que es un ser humano, como «inmigrante» parece que se pasa a otro nivel; un nivel en el que poco nos importa. Me pregunto, con ese nudo que todavía se me hace en la boca del estómago, cuántos otros habrá que no lleguen a la costa, que mueran en la mar, sin más, que se deshagan y sean pasto para los peces, sin que nadie vuelva a saber de ellos, sin que se les eche en falta (o sí), sin que puedan llamarse (ni siquiera) inmigrantes. Parece mentira que nos hayamos acostumbrado a estas noticias. Me enseñaron en la carrera que algo deja de ser «noticia» cuando deja de ser un hecho aislado o insólito, es decir, cuando se vuelve recurrente, ya no nos asombra. Nos ha parecido a estas alturas que es algo «normal» que, de vez en cuando, el mar nos devuelva lo que es nuestro (de la humanidad): la vergüenza. Porque eso es en realidad lo que nos trae la marea, la vergüenza ante una situación en la que nos ponemos de perfil. Me quedo mirando la imagen, porque creo que, sinceramente, hay que mirarla bien y meterla en la retina, de ese cuerpo sin vida, ya sin nombre. Lo que seremos todos y me pregunto cómo de difícil debe ser la vida en tierra para que alguien decida echarse al mar. Porque nadie, arriesgaría la vida haciéndose al mar, sin ni siquiera saber nadar, acompañado de sus hijos en muchas ocasiones, si no fuera más seguro el agua que la tierra.

Recuerdo entonces que hubo una época en la que éramos los formenterenses los que nos hacíamos al mar, en pequeñas embarcaciones, de noche, huyendo de una vida terrible en tierra, con la esperanza de llegar a Argelia y encontrar allí una vida más libre. ¿Acaso no tenían miedo esos hombres? ¿Acaso no lo hacían por hallar un futuro mejor para su familia? ¿Acaso no huían también de la persecución, del hambre, del peligro?

Yo no quiero, no puedo, no me da la gana, acostumbrarme a esto. No quiero decir «otro cuerpo más» como si tuviera que normalizar este drama migratorio al que estamos haciendo frente en Formentera, pero también en otras zonas del país. Yo no sé cómo se puede hacer, yo no sé cómo se hace para evitarlo. Pero lo que sí sé es que debemos, al menos, abrir los ojos ante el hecho de que ninguna persona es ilegal, ni su vida vale menos que la nuestra. Que debemos preguntarnos qué está ocurriendo para que esto ya ni nos afecte. Necesitamos, al menos, como personas, que este hecho nos conmueva, porque eso, es lo que nos queda. Un mínimo de conmoción y vergüenza.