Los que me conocen saben que cada vez me da más igual esto del fútbol moderno. Que cada vez me siento menos identificado con lo que se ve en los terrenos de juego, con el negocio en que se ha convertido esto del balonpié o con los jugadores de hoy en día que son supuestos referentes para las nuevas generaciones. Y por eso, cada vez veo menos partidos y cuando lo hago me sorprendo repitiendo sin querer muchas de las reflexiones que hacía mi padre cuando él tenía mi edad. Sin embargo, sigue habiendo una parte de mi corazón que aunque no quiera sigue latiendo en rojiblanco, tal vez heredado por todos los años de sufrimiento de mi abuelo en el antiguo Manzanares o por haber sido aquel niño pelirrojillo con pecas que todos los lunes iba al colegio tras comprobar que su equipo seguía sin ganar nada porque casi siempre perdía en la última jugada, mientras sus compañeros eran del equipo bueno, el elegante, el señor y, sobre todo, el gran campeón de la ciudad de Madrid.
Por ello no les voy a negar que me dolió la eliminación, una vez más, del Atleti a manos del Real Madrid el miércoles en la Champions. Qué salté y canté con el gol en el segundo 36 de Gallagher, que me enfadé con el penalti fallado y que lo celebré luego cuando se fue fuera, y que sentí una pequeña punzada en el corazón al ver como le anulaban el penalti a Julián Álvarez después de que se resbalara y tocara, presumiblemente, dos veces el balón con el pie. Pero, sobre todo, me dolió una vez más la actitud de uno de los jugadores del Real Madrid, la del sospechoso habitual Vinicius.
Cuando era pequeño es cierto que había jugadores que te caían mejor o peor y que algunos tenían sus más y sus menos cuando llegaban los partidos entre los dos equipos, pero creo humildemente que un club con tanto prestigio y tanto señorío como el Real Madrid tiene un grave problema con este caballero que va mucho más allá que lo que sucede durante un partido o una eliminatoria. Una vez más, los gestos del jugador brasileño hacia la grada, hacia sus compañeros de profesión y hacia cualquiera que se cruzara por su camino fueron del todo reprobables en una situación que, desgraciadamente, se ha convertido en demasiado habitual y que genera un caldo de cultivo casi perfecto para que los más exaltados puedan liarla en cualquier momento.
No entiendo que por más que le piten los aficionados y le canten aquello de «Vinicius balón de playa», se tenga que dirigir al público una vez más señalándose con gesto desafiante el parche que tiene en su camiseta con los 15 títulos de Champions y que demuestra que, hoy por hoy, el Real Madrid es el mejor equipo de la historia de esta competición. Ni tampoco que cuando le sustituyan comience a hacer gestos a la grada para dejar claro a los aficionados que su club lo gana todo y el suyo nada. Ni por supuesto, por qué, mientras tus compañeros celebran la clasificación con la euforia lógica de haber superado un partido ante un rival tan histórico y con tanta tensión, tenga que ir a colocar su chaqueta del club en el césped del campo del Atlético de Madrid para dejar claro que, según se puede ver en las imágenes grabadas por multitud de los asistentes, «el Metropolitano es territorio blanco».
Ni tampoco que, por más que la grada te haya dicho cosas feas y haya intentado sacarte de quicio durante el partido, tras el triunfo, en lugar de irse a descansar, a brindar por la victoria con los amigos o con la familia, y pensar en lo que aún queda por delante esta temporada, siguiera insistiendo en sus salidas de tono a través de la red social X, publicando mensajes polémicos junto a fotos suyas tocándose el logo de las 15 Champions y la frase «¿Cómo te siente?» o respondiendo a una pancarta de los aficionados rojiblancos durante el partido y en la que se podía leer la frase «Este año sí» para asegurar aquello de «Este año no».
El caso es que ya no se si esto tiene solución o no. Si Vinicius se ha convertido en un personaje desagradable más que en un jugador de fútbol por más que sea tremendamente desequilibrante con sus carreras o sus regates, pero lo que tengo claro es que mis muchos amigos del Real Madrid no se lo merecen. Ni tampoco el propio Real Madrid. Y por eso creo que sería conveniente que se pusiera freno a esta situación, que alguien del club blanco tuviera la calma suficiente para hablar con él, decirle que no es bueno lo que hace y que si no cambia a lo mejor tiene que dejar el equipo… por el bien de todos y antes de que desgraciadamente tengamos que lamentar un problema gordo. Hace ya tiempo se sancionó y con razón al Valencia por cánticos despectivos y racistas contra su figura pero viendo como está la situación, desgraciadamente, nadie puede garantizar que con todos los aficionados que hay en un campo de fútbol, haya un descerebrado que vaya un paso más. Y es que, como aseguró el periodista Juanma Castaño este miércoles… «por más que haya un gilipollas en la grada, no puede convertirse en un gilipollas el que está en el campo».
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