Turistas. | Pixabay

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En el sur de Europa las invasiones bárbaras metamorfosearon en pack turístico (esperando a los bárbaros), lo cual salva economías y hunde medio ambientes. Somos el patio de recreo de los trabajadores del norte gracias al clima, cultura hedonista y una filosofía de Carpe Diem que podría traducirse como un: ¡Aquí está la vida, aquí hay que danzar! Tal es la interpretación del clásico Hic Rhodus, hic salta que recomendaba Goethe, quien solo fue verdaderamente feliz cuando escapó a la bella Italia.

También el sabio Zorba el Griego —para quien el único pecado imperdonable era rechazar una espontánea invitación a gozar en la cama— bailaba siempre, tanto para celebrar sus alegrías como exorcizar sus esplendorosas catástrofes.

«La vida es algo maravilloso, joven, siento mucho que para usted no lo sea», respondió un glorioso payaso, de cuyo nombre no puedo acordarme, cuando era entrevistado por un aspirante a existencialista.

Posiblemente sea la actitud alegre la forma más elegante de vivir. Y para esa alegría se han necesitado milenios de civilización, cultura y vino en el glorioso Sur mientras al norte se helaban seis meses al año hasta que llegó la revolución industrial con sus dark satanic mills. El esclavo de alma libre, Epícteto (todo está en los clásicos, todo es eterno retorno), nos dio sabias lecciones al respecto. Y hasta el cínico Voltaire sentenció que prefería ser alegre porque es mejor para la salud. Seguro que Giacomo Casanova le enseñó algo de leggerezza mientras discutían…    Es también el arte descrito en El Cortesano, de Baldassare Castiglione, donde se recomienda hacer las cosas sin que se note el esfuerzo. La maravillosa sprezzatura, que no pueden comprender ejecutivos agresivos, intelectuales llorones o bestias predadoras que confunden pensamiento obsesivo con propiedad de una persona. La ligereza es un arte sureño.