Imagen de recurso de una persona con un teléfono móvil. | Pexels

TW
0

Que el teléfono móvil lo ha invadido todo ya no es ninguna novedad. Y no seré yo el que venga a darles lecciones de como ha cambiado toda nuestra vida desde que un aparato se ha convertido en una extremidad más de nuestro cuerpo. Ni siquiera de como al final nos volvemos tremendamente dependientes de una pequeña pantalla o hasta qué punto puede llegar la idiotez humana a la hora de comprarnos el último modelo de un terminal. Ni tampoco de cómo han cambiado las relaciones humanas en grupo desde que en una cena nadie está pendiente de los platos que nos traen los camareros. O de como educábamos antes a nuestros hijos cuando en lugar de dejarles un teléfono móvil les dejábamos un juguete, un libro o unos cromos para que se entretuvieran… No. Ni en broma. Esta pequeña reflexión no pretende hacer pedagogía barata ni tampoco querer cambiar una situación que ya no tiene arreglo, sino que se trata de una llamada de auxilio, casi desesperada, ante una situación cada vez más cotidiana.

Se trata del peligro que supone ir siempre pendiente del dichoso aparato. Tanto si se va a pie como conduciendo un coche o yendo en patinete o bicicleta. Como si no se pudiera dejar ni siquiera un segundo, como si fuera necesario vivir conectados permanentemente o simplemente como si no hubiera nada más a nuestro alrededor. Y es que desgraciadamente, día sí y día también, me encuentro con decenas de ejemplos de personas de todas las edades que se juegan la vida por el teléfono móvil… y lo que es peor, no solo la suya si no las de los demás que van a su alrededor.

Y si no me creen, les propongo una prueba. Una especie de reto como diría mi querido hijo Aitor de ocho años. Paseen tranquilamente por la ciudad de Ibiza durante apenas media hora e intenten contar todos aquellos que cruzan sin mirar por una calle mientras van atentos a la pantalla, los que pasan en rojo los semáforos mientras sonríen tontamente ante el último vídeo de youtube, los que van abstraídos por zonas que no están habilitadas para ellos mientras intentan escuchar el último de los mensajes que han recibido en la aplicación del dichoso iconito verde o simplemente todos aquellos conductores que realizan una maniobra indebida con sus coches porque en la misma mano tienen el volante y el teléfono móvil. Incluso, y ya rizando el rizo, los que van con su bicicleta pedaleando mientras dejan una nota de audio como dicen los modernos, o los que van en patinete, por supuesto incumpliendo todas las normas, haciéndose fotos o grabando en directo su trayecto para luego subirlo al momento a las redes sociales. Les aseguro que no es paranoia y que no me he vuelto loco ni más asocial de la cuenta, pero es que me llevan los demonios descubrir decenas de ejemplos como estos cada día.

No les voy a negar que yo también en alguna ocasión he pecado, y que no estoy exento de culpa, pero también que esto se nos ha ido completamente de las manos. Y lo peor de todo es que todos esos irresponsables no ponen solo en peligro su pellejo sino el suyo, el mío y el de cualquiera que se cruza por su camino. Porque si yo voy con mi patinete por el carril bici, a la velocidad permitida, y alguien cruza de manera indebida mirando el móvil y nos chocamos podremos tener un serio disgusto. Lo mismo que si alguien se salta un ceda el paso o un stop porque en ese momento llegó ese mensaje que no podía esperar para ser abierto o simplemente cruza el semáforo con el color equivocado por ir pendiente de la última publicación de una red social. Y es que señores y señoras, una cosa es ser despistado, ir pensando en las musarañas, en tu príncipe o princesa azul, en la situación internacional, en el último gol que metió tu hijo, en como crecen los nietos o en como echas de menos a tus seres queridos que se fueron antes que tu, y otra vivir pendiente de un simple aparato. Una cosa es ir por la vida refugiado en tu paz interior, pensando, meditando, inmerso en tus pensamientos y otra es una pantalla nos marque nuestro camino.

Soy consciente que es complicado y que no es fácil elegir. Qué una cosa es hacer demagogia de kiosco o de esos podcast de autoayuda que están por todos los lados y otra bien distinta intentar que nos desenganchemos. Yo, la verdad, no tengo ni idea. Es más no tengo ni pajolera idea. Y por eso no quiero ser ambicioso y pensar en un maravilloso mundo sin móviles… solo me conformo en pensar que esta chorrada de texto pueda ayudar a crear algo de conciencia de que no podemos poner en riesgo nuestra vida por ir pendientes de un teléfono móvil.