Imagen de archivo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. | White House via Planet Pix via / DPA

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En su golfería toponímica ¿cambiará Trump los nombres españoles de Los Angeles, San Francisco, Florida, Monterrey, Nevada…? ¿O es que solo tiene manía a los mexicas? Ya el nombre de América para bautizar al Nuevo Mundo es una injusticia clamorosa. Fue en honor de un navegante y aventurero formidable, Amerigo Vespucci, quien en sus cartas cantaba a las mozas indias como bellísimas Venus de cobre sobradamente aficionadas a los gozos del amor. No solo dio nombre a Venezuela, porque le recordaba a Venecia, sino que, por un sincronismo de momento, lugar y expansión de la imprenta de Gutenberg, su nombre de pila fue extendido a todo un Nuevo Mundo que antes debería haberse llamado Colombia.

Pero a estas alturas querer cambiar el nombre del Golfo de México (Nueva España) por el de América, se antoja excesivo berrinche cesáreo por mucho poder que ostente el presidente yanqui. ¿Estaba Trump trompa cuando se le ocurrió tal majadería? Dicen que es abstemio, como la mayoría de plutócratas, pero semejante resolución parece un ataque de delirium tremens. Tal vez bebió mezcal bajo el volcán y la tremenda resaca lo dejó alérgico a todo lo mexicano.
Anglosajones y anglocabrones siempre vieron con envidia el avance de España. Cierto que ellos tienen el cine y nosotros la siesta, pero su coloreada conquista del oeste vino mucho después de la gesta fabulosa y mestizaje hispano. Cuando los puritanos del Mayflower (tan miedosos de las indias y tan piadosos que las regalaban mantas infectadas de viruela), desembarcaron en Massachusetts, España ya había fundado universidades y hospitales. Pero los conquistadores mexicas estaban primero, corazón de piedra verde y ríos de sangre en la pirámide. Lo cortés no quita lo Moctezuma y el golfo es suyo.