Uno de los grandes debates filosóficos de la historia ha versado sobre la naturaleza del ser humano. Para Hobbes el hombre es un lobo para el hombre, por lo que para procurar la convivencia resulta necesaria la existencia de un poder coercitivo que frene su impulso agresivo y egoísta. Para Rousseau, por el contrario, el hombre es bueno por naturaleza, un ser empático en su estado natural que tan solo se ve corrompido por una sociedad competitiva, envidiosa y agresiva. En un punto intermedio se sitúa Freud, que considera que la naturaleza humana tiene potencial suficiente como para que el hombre pueda ser tanto bueno como malo, siendo capaz de hacer el mal o el bien dependiendo del instinto que en cada caso prevalezca. También Fromm se sitúa en esa misma línea, si bien considera, desde un punto de vista más racional, que ningún ser humano es bueno o malo de forma permanente, sino que estas condiciones se intercalan en atención a la decisión que tome en cada momento.
Y es que nos pasamos la vida intentando etiquetar a las personas como héroes o villanos, como corderos o lobos, como víctimas o verdugos, como santos o pecadores y, en definitiva, como buenos o malos, sin caer en la cuenta de que el bien y el mal constituyen extremos opuestos, pero íntimamente relacionados. Porque para ser de los buenos necesitamos que otros sean los malos, y haremos lo posible para que ellos continúen siéndolo y así poder mantener nuestra condición de buenos. De hecho, todos los que piensan, actúan y creen a pies juntillas los dictados de los buenos son también buenos, mientras que, aplicando la disyuntiva lorquiana de Bodas de Sangre, aquellos que discrepan o critican a los buenos son malos y, por ende, sus enemigos. Los buenos, además, se creen en posesión de la verdad absoluta y, en consecuencia, se sienten superiores al resto, con más derechos y autoridad, lo que les legitima para desacreditar constantemente a los abyectos malos.
¿Pero quién decide en cada momento qué es el bien y el mal o quiénes son los buenos y los malos de la película? Porque, como cantaba Pau Donés con Jarabe de palo, «de según como se mire todo depende». ¿Son los buenos los cowboys del lejano oeste y los malos los indios americanos? ¿fueron los malos los conquistadores españoles y los buenos los indígenas? ¿Quién es el malo y el bueno en el conflicto entre Israel y Palestina? ¿Son malos Trump, Milei o Meloni, elegidos democráticamente en sus respectivos países? ¿Es bueno quien ostenta el poder gracias a un prófugo de la justicia? La respuesta a estas preguntas dependerá, en la mayoría de ocasiones y a falta de mentes debidamente instruidas, de la idea que nos hayamos conformado a partir de la información que nos hayan querido hacer llegar, en especial desde los gobiernos y los medios de comunicación, sin caer en la cuenta de que nuestra cómoda mente nos conducirá irremediablemente a identificar como buenos o malos a los que a alguien le interese en cada momento que así sea.
En nuestro país es práctica habitual meter a las personas en uno u otro saco sin contemplación alguna. Así, por lo general, si tienes escasos recursos económicos tendrás muchas papeletas para ser de izquierdas, mientras que si tienes rentas elevadas o propiedades serás con total seguridad de derechas. Si eres trabajador comulgarás con la izquierda, por lo que si eres empresario lo harás con la derecha. De hecho, si eres ateo y republicano cojearás de izquierdas, pero si eres monárquico y católico tendrás una cara de derechas que no te la quitará ni Dios. Lo mismo ocurrirá si formas parte de determinadas minorías o estás a favor de la adopción de todo tipo de medidas sociales, pues en ese caso serás progre y, de lo contrario, un carca conservador. O eres de unos o de otros, no se admiten medias tintas.
En este afán por etiquetar, se ha considerado que los actuales jueces son mayoritariamente de los malos y que se dedican a confabular en contra de los buenos, por lo que debe controlarse quién accede a la carrera judicial para asegurar que éstos sean más afines y menos críticos o beligerantes. El razonamiento es, ojo al dato, que proceden de familias adineradas porque han podido soportar una enorme carga económica durante los largos años de estudios que han necesitado. Y claro, tratándose de familias con posibles es palmario que serán de los malos, por lo que sus hijos jueces también lo serán, convirtiéndose en potenciales y peligrosos enemigos en cuanto aprueben la oposición. Si a esto le añaden que se considera erróneamente una profesión manifiestamente endogámica, resulta de manual que deba modificarse el sistema de acceso a la carrera judicial para cortar de raíz semejante coladero de malos. Eso sí, previamente, y para justificar la necesidad de la pretendida reforma, hay que desprestigiarlos para que dejen de ser héroes ante la sociedad y se conviertan en villanos ¿No les parece fascinante la asociación de ideas? Ya lo dijo Pérez-Reverte en El Hormiguero, este tío es muy bueno en lo suyo, un personaje único, un genio, digno de una mente maravillosa como la de John Nash. Lo siguiente será, como algún fenómeno ha sugerido ya, que los jueces se designen democráticamente como los Sheriffs. Apaga y vámonos.
A ver, que no les quieran vender la moto. Solo hay que observar cómo celebran la pretendida reforma los maestros liendre, esos que de todo saben y de nada entienden, para saber que se trata de otro mayúsculo despropósito. Miren, se acaban de entregar despachos a los 137 jueces de la 73ª promoción, de los que el 67% son mujeres, el 34% proceden de familias en que ninguno de los progenitores tiene estudios superiores y de los que tan solo el 5% tiene algún familiar juez. Proceden de todas las provincias españolas y de todos los estratos sociales. Se han sacrificado durante mucho tiempo tanto ellos como sus familias, exactamente una media de cinco años y dos meses, para ejercer con honradez la relevante labor de juzgar en unas condiciones bastante precarias. Cuanto menos, digo yo, se merecen un poquito de respeto. Porque el sistema de acceso a la carrera judicial es ya lo suficientemente democrático como para identificar, con objetividad, el mérito y la capacidad de sus integrantes, algo que no se exige a los que conforman los otros dos poderes del estado y que parecen estar obsesionados con el control del judicial, que no así con otras oposiciones como las de notario, registrador, diplomático o abogado del estado. Por algo será ¿no?
Por tanto, tengan en cuenta antes de hacerse ideas preconcebidas quién es el encargado de expedir los certificados de buenos y malos. Y tampoco olviden que, como en Richard Jewell, película dirigida por Clint Eastwood en 2019, el que hoy puede parecer de los buenos, mañana puede ser de los malos y viceversa. Y es que, en realidad y tristemente, como ya decía Martin Luther King, «lo preocupante no es la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos».
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