Imagen de un hombre hidratándose. | Freepik

La moda del Dry January fue el delirium tremens de unos abstemios británicos hace una década, cuando soñaron expandir su triste bacanal de té verde. Enseguida tuvieron apoyo entre los fanáticos (¿in?)corruptibles Robespierre que abundan en la maraña de organizaciones gubernamentales. Y hoy se publicita con el mismo empeño que un testigo de Jehová trata de convertirte cuando está a diez millas de su casa (tal es su radio de acción, por seguridad).

Por esas cosas de la vida a veces me encuentro con algún dry en una mesa improvisada. Ponen cara de espanto cuando me ven copa en mano, y, la única forma de parar su diarrea verbal proselitista, es pedir un vino excelente ante el que harán hipócrita excepción a su enero seco.

Pero me reconforta anunciar que tal moda desértica no cuenta excesivos seguidores en las Pitiusas. Los garitos que permanecen abiertos en invierno están llenos de feligreses que brindan alegremente, cada cual según su hándicap, y no hacen caso de las memeces colectivistas de los ejércitos de salvación de turno. Si alguno quiere emprender su particular dramadán en algún momento de la carrera alcohólica para la salvaguarda de su foie, pues se dedica a ello sin campaña mediática o días oficiales de mamones de Bruselas. Cuestión de orgullo, salud y sagrado individualismo.   

En Ses Casetes de San Mateo rugía Pepe Gamba A Whiter shade of Pale y saqué a bailar a una payesa porteña pícara y fascinante. Estaba de bote en bote con sanos efluvios alcohólicos. ¿Y qué decir del próximo Campeonato Mundial de Arroz de Matanzas? Será el primero de febrero, con lo cual los Dry January pueden tener una recaída de órdago. Pero que no se preocupen, que todo Portmany será un maná de buen vino.