El 9 de agosto de 1942, en la Ucrania ocupada por los nazis, el Fútbol Club Start, formado por exjugadores de los dos grandes equipos profesionales de Kiev, el Dínamo y el Lokomotiv, se enfrentó al Flakelf en el Zenit Stadium ante dos mil espectadores, un potente equipo del ejército alemán, en lo que se dio a conocer como el partido de la muerte. Aquellos jugadores ucranianos se encontraban desnutridos, mal preparados y mal equipados, y a pesar de estar advertidos de que deberían dejarse perder o serían ejecutados, no solo ganaron el partido por un resultado de cinco a tres, sino que humillaron a sus enemigos alemanes provocando el éxtasis colectivo de la hinchada local. Semanas más tarde muchos de aquellos jugadores fueron arrestados, llevados a campos de concentración, torturados y ejecutados, perdiendo varios de ellos la vida en la matanza de Babi Yar. Poco les importó su vida ante el reto de poder vencer un partido que les ofrecía la oportunidad de vengarse de sus enemigos en el terreno de juego. Lo habían perdido todo salvo la dignidad y el orgullo. Aquel día ganaron algo más que un mero partido de fútbol. Lograron la eternidad.
Estos hechos inspiraron en 1981 la película Evasión o Victoria, dirigida por John Huston y protagonizada por Michael Caine, Sylvester Stallone y Max von Sydow, junto a estrellas balompédicas como Pelé, Osvaldo Ardiles, Bobby More, Paul van Himst o Kazimierz Deyna, en la que el oficial alemán Von Steiner, amante de este deporte, organiza un partido de fútbol, que se celebraría en el estadio Olímpico de París, entre una selección de futbolistas alemanes y los prisioneros de guerra de las fuerzas aliadas del campo de concentración de Gensdorff, encuentro que serviría a estos últimos para escapar de sus captores no sin antes conseguir un heroico empate tras detener Stallone, en el papel de Robert Hatch, en el último suspiro del encuentro, el lanzamiento desde el punto de penalti del equipo alemán. El partido, que pretendía ser un escaparate para la propaganda nazi en muestra de su superioridad racial gracias a la inestimable ayuda arbitral, termina convertido en un enaltecimiento de los valores deportivos y humanos, consiguiendo los desnutridos prisioneros no dejarse vencer y humillar por las tropas invasoras al elegir quedarse para jugar el encuentro en lugar de huir en el descanso.
El deporte en general, y el fútbol en particular, practicado a tempranas edades, contribuye a la formación de los niños en principios y valores esenciales de la vida con los que poder superar retos y límites cotidianos de forma íntegra, tales como la solidaridad, el respeto o la tolerancia. Se inculca el compañerismo, el juego en equipo, el respeto al entrenador y al rival. Ganar o perder es lo de menos. No debería haber ni marcador, porque lo que realmente importa es su formación y diversión, no las ansias de victoria y todo lo que se es capaz de hacer para conseguirla. Tan solo debería importarles a sus padres disfrutar del almuerzo del bar del polideportivo o a qué pizzería o heladería llevarán a sus hijos a comer después del partido. Sin embargo, en todos los campos del fútbol base de nuestro país, también en los baleares, se viven cada fin de semana situaciones incómodas, violentas, agresivas e insultantes, que son sistemáticamente denunciadas con comunicados oficiales para condenar enérgicamente la violencia que de poco sirven. A los malos gestos entre compañeros y rivales, en parte por la influencia televisiva que causan sus ídolos, se suman las constantes réplicas, menosprecios e intimidaciones al árbitro desde el terreno de juego, el área técnica y las gradas. Añádanle que la cosa, en ocasiones, alcanza tintes racistas.
Por si faltaba algo muchos padres no ayudan. Algunos han dejado de ver el fútbol como una actividad lúdica de sus hijos para considerarlos como meras gallinas de los huevos de oro que los van a sacar definitivamente de pobres, todo ello sin caer en la cuenta de que tienen más probabilidades de que les toque el gordo que llegar a ver a su hijo siendo el nuevo Messi. En otros casos su propia frustración les aboca a proyectar en sus retoños todo aquello que ellos mismos no han conseguido lograr, exigiéndoles un grado de perfección que excede de sus posibilidades. Les siguen a todas partes, entrenamientos y partidos, imprimiendo un nivel de exigencia que aumenta cuando se trata de los típicos padres entrenador, aquellos que sigue al niño por todo el campo tratando de corregirlo constantemente, aun en contra de las indicaciones del propio entrenador, reprochándole cualquier fallo que tenga. También de los padres hooligans, que no paran en todo el partido de gritar e insultar a técnicos, rivales y árbitros, o de los padres directivos, que consideran que su hijo debe jugar siempre porque es indiscutiblemente mejor que todos los demás.
El resultado podemos verlo de cerca cada semana. El partido de juveniles entre la Penya Independent y el Andratx acabó con tangana entre varios futbolistas al término del encuentro. El único que intervino para evitarlo con una acción contundente, saltando al terreno de juego para evitar que la cosa fuera a más, fue el presidente del equipo local, único precisamente al que se recriminó su decidida acción. Con anterioridad, un grupo de aficionados de la Peña Deportiva vertió insultos racistas contra jugadores del equipo juvenil de la Penya Independent. En un partido de benjamines que enfrentaba a la Peña Deportiva y al Ibiza Insular se increpó con dureza al árbitro de 18 años, y el partido de categoría infantil que enfrentaba al Portmany con la Peña Deportiva tuvo que suspenderse tras una pelea en las gradas entre los seguidores de ambos equipos. En el partido que enfrentaba al Luchador y el Formentera B también se montó una trifulca entre jugadores y aficionados, mientras que el partido que enfrentaba a los equipos cadetes del Ses Païses y el Sant Carles terminó con enfrentamientos entre los padres de los jugadores. También en Palma suceden altercados similares, como en el partido de benjamines que enfrentaba al Arenal y al Sporting Ciutat de Palma, con batalla campal en la grada que terminó con una mujer hospitalizada, o como el vergonzoso espectáculo ofrecido por los padres en el partido de infantiles en el municipal de Alaró que enfrentaba al equipo local contra el Collerense.
El estadio en que se disputó el partido de la muerte en Kiev lleva el nombre de Start Stadium en homenaje a los únicos hombres a los que los nazis no pudieron derrotar. Aquellos heroicos jugadores fueron coherentes con sus creencias y valores. Afrontaron los riesgos unidos, como el equipo que eran, y solo así pudieron conseguir ganar algo más que un mero partido de fútbol, aunque les fuera la vida en ello. Deberían tomar nota muchos directivos, entrenadores y jugadores, pero sobre todo muchos padres de niños futbolistas. Deberían dar gracias de que tan solo se juegan cada fin de semana la formación, el tiempo libre y el ocio de sus hijos. Afortunadamente ninguno se juega en esos partidos, como sí hicieran aquellos valientes jugadores ucranianos, su dignidad y su vida.
Evasión o victoria
26/01/25 4:00
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