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Un arco iris espectacular unía Conejera con Cala Gracioneta. Fue un buen preludio a la bendición de las bestias, cuando familia y otros animales, bichos, vecinos y demás parientes nos congregamos frente a la iglesia de Portmany para celebrar el día de San Antonio Abad y ser rociados con agua bendita – fuente de eterna juventud – por el obispo Vicent Ribas, gigante amable que salpicaba urbi et orbe con fervorosa alegría. La iglesia y sus alrededores estaban de bote en bote, pueblo y autoridades, pero el templo no necesitó emplear el cañón – tan útil en las invasiones piráticas, que en Ibiza siempre se ha rezado y cortejado piropeando a la pólvora – para mantener cierto orden en medio de la ilusión y jolgorio popular. Esta es una festividad hermosa y antigua, con sabores de otro tiempo que es siempre, que nunca se fue porque todo retorna y lo bueno siempre prevalece. Ventajas de lo cíclico, vivo y poético frente a la asepsia digital que no reconoce las estaciones. Una fiesta que es regocijo de niños de todas las edades. En el bar Es Clot los sospechosos habituales tomamos al asalto una mesa brindando por San Antonio y a punto estuvimos de secuestrar al presidente Vicent Marí, quien se resistió ciclópeamente al vino pero sucumbió ante una patata tras la procesión. Y los muchos Tonis del pueblo no se escondieron a la hora de convidar a múltiples rondas, que el vino es la bebida milagrosa de la cristiandad como lo fue para los clásicos paganos de Grecia, Roma y Fenicia (filosofía, ley y comercio no son iguales a palo seco). Y había perros preciosos por todos lados, tan amigos del hombre después de treinta mil años cazando juntos por la historia.