Lala, ¿cuál es tu rey mago preferido? ¿Y el tuyo papá?… pregunta un niño de 8 años y cinco meses con los ojos muy abiertos durante los días previos a las cabalgatas en las que los Reyes Magos recorren España. No una vez, sino una decena. Insistentemente. A distintas horas y en distintos días, como si no lo tuviera nada claro. Busca un último empujón, algo que le haga decidirse porque hasta el año pasado, el suyo había sido Baltasar pero ahora lleva unas semanas de duda existencial y ya no tiene muy claro si quedarse con Melchor o con Gaspar.
Desgraciadamente para el pequeño, las dudas aumentan cuando se va acercando la gran noche. Los nervios le inundan cada vez más y durante la comida de día D no para de moverse. Excitado, emocionado, no puede más y ya no sabe lo que quiere dejar a sus Majestades de Oriente para que ellos a su vez le dejen los regalos. Habla primero de leche, luego de cava y al final se decanta por su botella de agua como una señal de lo mucho que les quiere, y por tres bombones rellenos de los mejores que tenemos en casa. Sigue hablando mientras disfruta la sopa de su lala y hace saber con orgullo su amplio conocimiento de los reyes, que Baltasar es el más joven, que Melchor traía oro y que Gaspar incienso y que seguro que son mágicos porque son capaces de estar en muchos lugares al mismo tiempo. Incluso, que hay en algunos lugares de España que él ha visto que llegan en camello pero que en Ibiza lo harán en siete carrozas, una más que otros años, como ha oído en la radio donde trabaja su padre y que dicen que la de Madrid será la más grande.
Tras los postres la familia intenta que el pequeño se relaje pero no hay manera. La emoción y las ganas pueden más que el cansancio aunque ya la primera parte del día ha sido intensa. Poco a poco van pasando las horas, lentas como una manada de elefantes, y el niño mira más de veinte veces el reloj con la esperanza de que las agujas avancen más rápido de lo normal, pero no hay manera. Las horas son las que son y el tiempo también. La lala, agotada, decide tomarse una pausa, fumarse un cigarro, leer un poco y, enseguida, como hacen esas mujeres que forman parte de una generación que casi las convierte en indestructibles, coge aire y comienza preparar la cena. Y mientras, de lejos, con un balón verde de los que no hacen ruido se vive un duelo en el salón entre un pequeño que fantasea con ser un gran portero, un defensa seguro, un centrocampista de toque o un delantero infalible y goleador y un padre que se conforma con que siga siendo igual de feliz y de buena persona.
Incluso, hay tiempo para ver un partido de la Premier League en la televisión, entre el Liverpool y el Manchester United, que termina con empate a 2 goles, y que da paso a ver la cabalgata de los Reyes Magos que recorre la ciudad de Madrid por televisión. Nuevo subidón de ilusión, adrenalina, emoción y decenas de nuevos interrogantes. Que por qué van unas ranas abriendo la comitiva, que por qué los periodistas que cubren cabalgata dicen lo que dicen, que por qué preguntan esas cosas, que por qué hay un cartero escoba, que por qué van unos abanderados, que quienes son los que bailan, los que van a caballo, los de la carroza de Televisión Española o la de la Archidiócesis de Madrid o qué pasará si llueve… Nuevas miradas al reloj, la cabalgata sigue por las calles de la capital para desesperación del pequeño que ya no sabe que hacer, llega la cena, la devora con ganas, como si eso ayudara a que el tiempo fuera más deprisa, siguen los saltos, los juegos… y finalmente… sí que sí, el agotamiento puede a la ilusión mientras que la familia se dispone a coger fuerzas durante la noche para el zafarrancho de combate del día siguiente.
Porque el día siguiente es un no parar. Desde bien pronto el pequeño va donde el árbol, los últimos restos de sueño de sus ojos se le pasan al encontrar los regalos junto a su zapatilla. Los abre, uno detrás de otro, y ya quiere ponerse con todos… que si un juego de preguntas para niños y padres, que si uno de palabras cruzadas, que si una construcción para hacer una retro excavadora, que si ropa… y por supuesto emoción desbordada al ver como sus Majestades de Oriente han bebido de su botella y se han comido sus bombones. Tras las primeras sesiones de juegos, sale a desayunar emocionado porque en su pueblo, en Jesús, Melchor, Gaspar y Baltasar se despiden de todos los niños con una última visita, pero no puede no come nada, la botella de agua queda intacta y tras dudar varias veces de cual es el mejor sitio para verlos pasar, cuando los reyes aparecen ya no puede más. Salta, grita, les saluda, lucha por coger los caramelos y casi se lanza a la carrera detrás de ellos cuando se dirigen a la iglesia… pero, contra todo pronóstico, los nervios le pasan una mala pasada. Sus ídolos están ahí. Al lado, de cerca, son reales, y al principio no se atreve a fotografiarse con ellos... pero, luego, como es un tío valiente, supera sus miedos, da un paso al frente y se va con ellos. Primero Baltasar, después Gaspar, y el último Melchor, mientras su padre inmortaliza el momento con el móvil mientras piensa que ojalá pudiera congelar ese instante para siempre y que su hijo no perdiera nunca lo bonito que es ser niño y pudiera seguir disfrutando de las cabalgatas sin pensar si se tiran más o menos cantidades de caramelos.