Estos días hemos visto en Ibiza cómo a una mujer la acuchillaba su exmarido porque se negaba a volver con él. Además, 16 inmigrantes irregulares han sido detenidos por no intervenir ante la violación de una menor que viajaba en la misma patera. Hoy publicamos una entrevista con una mujer, Maruja Rumbo, que estoy segura de que es una crack y que relata cómo su ex le hizo la vida imposible vía maltrato. Suma y sigue.
La lacra no cesa a pesar de la cantidad de recursos humanos, materiales y económicos que las administraciones dedican supuestamente a luchar contra ella. Sigue ahí y no desciende. Yo tengo claro que las campañas dirigidas a las víctimas fallan estrepitosamente. Porque, la verdad, mostrar a mujeres apaleadas no permite que te identifiques con ellas salvo que hayas pasado por lo mismo. Y me parece que la gran mayoría de las maltratadas no llegan nunca a esos extremos. La violencia psicológica es mucho más destructiva que la física. Duelen más, creánme, los insultos, la frialdad, las humillaciones, que un bofetón en medio de una pelea. Duele infinitamente más ver sufrir a los tuyos (de los hijos ni les hablo) porque ya no eres nada de lo que fuiste. Y, sobre todo, duele observarte a ti misma y ver que no eres capaz de salir de allí porque crees que fuera del infierno no podrás seguir adelante. Esa mierda se ha convertido en tu zona de confort y eso, amigos, es difícil de abandonar.
Deberíamos hacer un reset y ver en qué estamos fallando. La gran mayoría de los hombres no son maltratadores. Pero la gran mayoría de los entornos de esos infraseres los justifican, los comprenden, los entienden. Y la gran mayoría de los entornos de las víctimas miran hacia otro lado con la excusa del dolor propio. Qué impotencia…
1 comentario
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La columna parteix d’una premissa interessant, però crec que enfoca la qüestió des del costat equivocat. No són les dones les que han de canviar el seu pensament ni les seves decisions per evitar la violència masclista. La responsabilitat no recau en elles, sinó en els homes i en com aquests tracten les dones. Les campanyes de sensibilització i l’educació han d’anar dirigides principalment a ells, per conscienciar-los sobre els seus comportaments, les seves actituds i la necessitat d’un canvi profund en la manera com es relacionen amb els altres. No es tracta que les dones aprenguin a “protegir-se millor”, sinó que els homes deixin de ser una amenaça. Centrar el discurs en les dones perpetua la idea que són responsables del que els passa, cosa que no és certa. És hora d’apostar per un canvi estructural, no per un missatge que, encara que amb bones intencions, perpetua la responsabilitat en la víctima i no en qui comet l’abús o la violència.