Les confieso que cada vez entiendo menos ciertas cosas. Por más que lo intento hay temas sobre los que no doy crédito y todo lo que rodea a la llegada masiva de migrantes ilegales a las Pitiusas es uno de ellos. Es cierto que cualquier ser humano tiene derecho a buscarse un futuro mejor aunque eso signifique poner en riesgo su propia vida y descubrir al llegar que el supuesto paraíso que se les ha vendido en sus países de origen no es tal, pero lo que no acabo de entender es como se puede seguir mirando hacia otro lado, negando una realidad cada vez más evidente. Y es que por más que el Gobierno central y el Ministerio del Interior de Fernando Grande-Marlaska no quieran admitirlo, las Pitiusas, y sobre todo Formentera, ya forman parte de un recorrido perfectamente establecido por las mafias que se encargan de traer hasta España seres humanos desesperados por cambiar de vida.
No es de recibo que un ministro, juez para más señas, y se supone que con un equipo de asesores expertos en la materia, siga asegurando en espacios tan señalados como el Senado de nuestro país que no existe una ruta consolidada de inmigrantes hacia las islas cuando solo en lo que llevamos de 2024 se han interceptado casi 5.000 inmigrantes en más de 300 pateras por los 2.278 que lo hicieron el año pasado en 128 embarcaciones. O que solo el viernes se interceptaran más de 60 inmigrantes, en cinco pateras que habían llegado tanto a Formentera como a la zona de Sant Jordi, incluyendo una que traía 10 personas de origen asiático. Algo que, desgraciadamente, supone una novedad ya que lo normal es que suelan arribar a las Pitiusas inmigrantes de origen magrebí tras salir fundamentalmente de las costas de Argelia.
Tampoco parece muy de recibo que desde el Gobierno central se siga negando la realidad de que, tal y como denunció hace unos días la Asociación Profesional Justicia para la Guardia Civil (JUCIL), únicamente haya en Formentera una dotación de 28 guardias civiles para atender una avalancha de inmigrantes de origen magrebí, subsahariano y, más recientemente, de lugares tan remotos como Pakistán y Siria. Y todo ello, con el problema añadido, según la propia asociación de que «los agentes se enfrentan cada vez con mayor frecuencia a mafias que reutilizan sus embarcaciones y que no dudan ya en embestir contra todo lo que se encuentran en su camino, poniendo en riesgo la vida de los agentes, del personal que trabaja en la zona y de los inmigrantes que transportan a bordo».
Se trata de hechos contrastados no de bulos difundidos por las redes sociales. Tampoco son cortinas de humo para intentar tapar temas de posibles corrupciones o mordidas económicas en los partidos políticos, noticias generadas por pseudomedios para crear miedo en la sociedad ni datos para atacar al adversario político, sino de la realidad pura y dura. Una realidad de la que saben y mucho en Formentera donde están aprendiendo a marchas forzadas a lidiar con un problema que tiene muy difícil solución. Un paraíso que hasta hace poco vivía en su burbuja, prácticamente ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor, pero que se está dando cuenta de que han pasado de ser uno de los últimos refugios para una vida bohemia, tranquila y alejada del ruido de las ciudades a ser una pequeña roca en el mar Mediterráneo que sirve de lugar intermedio para muchos migrantes que buscan dar el salto a Europa. Un lugar, que por su condición de paraíso, de lugar idílico, jamás se imaginó que esto pudiera pasarle y por ello no estaba preparado, como ha quedado demostrado con su falta de capacidad, tanto económica como de infraestructuras, para poder atender como se merecen a los más de cien menores no acompañados que han recibido en lo que llevamos de 2024.
Tal vez por ello sería bueno que si tiene tiempo y sus muchas atribuciones y compromisos se lo permiten, el ministro del Interior Fernando Grande-Marlaska organizara un viaje para visitar la isla de Formentera. Pero que no lo hiciera de vacaciones, para disfrutar de sus maravillosas playas de aguas cristalinas, sus magníficos chiringuitos o sus preciosos pueblos, ni tampoco acompañado de decenas de asesores o fotógrafos del ministerio, sino de incógnito, fuera de temporada, a las seis de la mañana o de madrugada, y así poder hablar con los agentes de la Guardia Civil para que le contaran su experiencia diaria. En definitiva, un viaje que le permita seguir argumentando y defendiendo en el Senado que «se está reduciendo la llegada de pateras» y que las Pitiusas, y más concretamente el paraíso de Formentera, no forman parte de un recorrido perfectamente establecido por las mafias que traen inmigrantes a España. Y si aún tiene tiempo, tampoco seria mala idea que acudiera a alguna de las playas donde los operarios contratados por el Consell de Formentera se han puesto manos a la obra para para retirar las pateras varadas en sus costas antes de que se produzca un problema medioambiental del que tengamos que arrepentirnos todos porque su ministerio no se quiere encargar de destruirlas hasta que no lleguen al vertedero. Un viaje rápido, casi esprés, solo de unas horas para que no le quite tiempo de otras tareas mucho más importantes como las de defender a capa y espada el papel que hace Pedro Sánchez como presidente del Gobierno de España.
Le propongo a Grande-Marlaska un viaje rápido a Formentera
01/12/24 4:00
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