Imagen de la marcha nocturna por este día el domingo 24 de noviembre. | Alejandro Mellon

En el 25N, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, nos enteramos que un chaval de 17 años mató a su exnovia de 15 en Orihuela (Alicante). Según parece, ella había decidido poner fin a la relación unos días antes, sin que consten episodios anteriores de violencia machista. Con el feminicidio de Cloe, que así se llamaba la víctima, ascienden a 42 las mujeres asesinadas por su pareja o expareja en España en lo que llevamos de año 2024. No es una cifra sin más. Detrás de cada víctima, de cada mujer amenazada, de cada agredida, de cada coaccionada, hay un drama personal y a menudo familiar, que nadie tiene por qué sufrir. Todos los recursos que las administraciones públicas destinen a proteger y asistir a las mujeres que se encuentran en una situación así, son pocos. Pero en el caso que les he citado, resulta especialmente trágico y lacerante, por la edad de la chica asesinada y por la juventud de su verdugo. ¿Cómo es posible que un joven adolescente actúe así, atacando a la mujer a la que en teoría ama –o cree amar, si acaso– hasta arrebatarle la vida, sólo porque ella no quiere seguir con la relación? ¿Acaso no sabe que, además del execrable crimen que piensa cometer, se está arruinando su propia existencia? ¿No sabe que no soluciona nada y que acabará en la cárcel durante muchos años? ¡Claro que lo sabe, pero le da igual! O ni lo piensa. Nos resulta imposible entender la psicología de un hombre que decide hacer algo así, matando a veces incluso a la madre de sus hijos. Y uno se pregunta si no es eso lo que habría que hacer: escudriñar en la mente de los asesinos y agresores. Llevamos años diciendo que la clave está en la educación, pero hoy vemos un asesinato machista cuyo autor es menor de edad y nos embarga una sensación de fracaso que resulta inasumible, porque no podemos resignarnos.