Cada viernes por la noche se reúnen los miembros de la Colla de l’Horta en la Plaza del pueblo de Jesús para ensayar sus bailes y músicas tradicionales de Ibiza y allí acude siempre puntual a la cita tanto mi exmujer Lina como mi hijo Aitor. Se lo pasan tan bien y disfrutan tanto que el pequeñajo de ocho años cuenta las horas desde que se va hasta que llega la semana siguiente. Les han acogido con los brazos abiertos en la pequeña gran familia que es esa colla, y aunque soy de Madrid y parece que me podrían pillar lejos estas cosas, no puedo menos que emocionarme al ver como uno toca castanyoles cada vez mejor y la otra se prueba sus trajes ancestrales con una enorme sonrisa en el rostro mientras se desliza con los bailes de una tierra que tanto ama y tan bien promociona fuera de nuestra isla.
Sin embargo, mientras la música tradicional pagesa suena de fondo, con sus flaütes, sus castanyoles y sus tambors y la balladoras ensayan sus pasos, apenas a unos metros hay unos adolescentes que hablan de su vida. Son cinco o seis y lo hacen con ese particular idioma en el que la palabra bro aparece más que cualquier otro determinante o pronombre y, mientras alguno que otro le da algún sorbo a su vaporizador, hablan de consolas, móviles, amigas, fiestas y de alguna que otra cosa más. Todo ello, sin moverse de la torre de enchufes que ha colocado el ayuntamiento para que se puedan cargar los terminales, supongo que pensando fundamentalmente en ellos que forman parte de una generación que ya no concibe su vida alejados de sus teléfonos móviles.
No en vano, se enseñan fotos, se comparten mensajes y se ríen de todo y por nada. Lo cierto es que yo, sentado apenas a unos metros de ellos, mientras disfruto observando como Vicent, Lucas, Marc o Álex tiran de paciencia y sabiduría para enseñar a Aitor lo mucho que saben de castanyoles, no dejo de asombrarme con lo que oigo. Por cada frase, palabra o reflexión siento como si la edad se me fuera echando encima de forma inexorable. Intento poner el oído por eso de la deformación profesional del periodista cotilla y por si sale alguna historia que contar pero lo cierto es que me asombro al comprobar lo mucho que estoy aprendiendo sobre los últimos trucos para juegos de consola que ya no sé ni pronunciar. Me asombra como hablan de quedar en red para no sé que plataforma en la que se juega de forma cooperativa, de como conectarse o de que estrategia hay que seguir para no se qué. Imposible seguir la charla entre ellos si no estás metido en el lío.
Siento entonces como me hecho mayor de repente. Por un lado pretendo seguir siendo ese joven que se negaba a crecer, que seguía soñando con cambiar el mundo y que intenta seguir vistiendo zapatillas y camiseta entre mis muchos tatuajes, pero la realidad es otra más bien distinta. Recuerdo entonces que en días de humedad, al levantarme me duelen los riñones y las rodillas, que ya no aguanto las carreras como antes, que no me puedo olvidar mis pastillas contra el ácido úrico, y que tardo en recuperarme varios días si un día tomo alguna cerveza o algún vermut de más entre amigos. Que cada vez entiendo menos las nuevas tecnologías, que siento como mías las manías de mi padre y que al fin y al cabo, cada vez voy siendo menos Manu y más el padre de Aitor. Que antes mi vida giraba en torno a mi y ahora, casi sin darme cuenta, gira en torno a su vida, su tiempo, sus actividades y su felicidad. Que antes veía cualquier película en la tele y ahora cada vez soporto menos las que son tristes y en las que salen niños que no lo pasan bien. O que, sin darme cuenta de como ni cuando, acabas planeando tus vacaciones de Navidad, Semana Santa o verano en función de si al sitio al que vas tiene planes family friendly.
En resumen de cuentas, que ya cada vez eres menos el Ethan Hawke de Antes del amanecer y más el Ethan Hawke de Antes de la medianoche. Que nos hacemos mayores sin darnos cuenta y que la vida se empeña en demostrarnos que es eso que a fin de cuentas pasa mientras hacemos otros planes y que tenemos que aprovecharla al máximo con una sonrisa, mirando al frente y demostrando que nada ni nadie podrá detenernos. Haciendo todo lo posible porque nos sintamos tan libres que las alas nos crezcan y para que podamos seguir diciéndole a la vida… ¡¡como me alegro de verte!!
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