Gente limpiando las calles de Paiporta. | Reuters - Ana Beltran

Todo es mucho peor de lo que se ve en los informativos de las distintas cadenas de televisión. Así describe mi pareja la situación que se vive en los municipios valencianos devastados por la DANA del martes de la semana pasada. Mi familia política ha resultado damnificada por la catástrofe, aunque ha habido suerte, dentro de la desgracia, y están todos bien. Rafa fue el martes para allá a llevarles un coche, que les hace falta porque todos están para el desguace. Todos son todos, apenas nadie ha salvado los vehículos. Llenamos el coche de botas de agua, calcetines, utensilios y productos de limpieza, palas y otras cosas que nos pidió la familia y los amigos, porque allí no hay dónde comprar algunas cosas muy necesarias. La planta baja de una de mis cuñadas resultó arrasada y lo han perdido todo, pero están todos sanos y salvos, que es lo más importante. Gracias a Dios. Sacar el fango de la casa y dejarla en condiciones habitables aún costará días de limpiar 14 horas diarias. Están desquiciados y continuamente discuten. Los nervios están a flor de piel y la tensión está pasando factura. No saben ni en qué día se encuentran. No hacen otra cosa que limpiar, comer rápidamente y dormir lo que pueden por la noche. Rafa dice que Paiporta, donde él vivía hace tres años y donde tenía un bar, es ahora un pueblo arrasado por completo. No se ha salvado ni una planta baja, ni un solo negocio. Está todo devastado. Rafa lo define como «una ciénaga que ahora, además, apesta». El olor es nauseabundo en Paiporta, donde viven 25.000 personas. Hay lodo por todas partes, agua estancada y es peligroso incluso caminar por las pocas aceras que están despejadas. Las alcantarillas están destapadas, para ver si así pueden evacuar más agua, pero las conducciones están atascadas por el barro y no dan de sí. El panorama es dantesco, pero ahora al menos ha llegado la ayuda.