Los reyes Felipe VI y Letizia durante su visita a Valencia. | Casa de S.M. el Rey/Jose Jimenez

Don Felipe dio la cara mientras Sánchez huía. Tremendos retratos de valor y espantada. Como sabía Don Quijote: un caballero está obligado a luchar, no a vencer. Nobleza obliga. Y en medio de la furia y el llanto el Rey caminó humano, sereno y erguido, abrazando a los rotos por el dolor, a los cruelmente abandonados a su suerte por los marcianos políticos.

El Rey era toda España abrazando a los desesperados. Fue emocionante y catártico. Compasión: acompañar en la pasión. Era la España consternada a la que una cadena de mando de cabrones burrócratas no permitió ir antes a ayudar. ¿Alguien puede comprender por qué? Más allá de los mezquinos cálculos políticos, de la parálisis institucional ante una emergencia nacional, de la ineficacia de un sistema elefantiásico, la inexcusable tardanza ha sido criminal y deberá ser juzgada.

La catástrofe de Valencia y su perversa gestión abre una nueva revolución en la exigencia estatal. ¡Solo reyes y pueblo!, gritaba el poeta maldito, Nerval, que hoy azotaría con la fusta de la reina de Saba a esas tibias medias tintas de insultante mediocridad que son la mayoría de políticos modernos, secta de pijiprogres y horteras de pacotilla, marcianos inhumanos sin cultura ni personalidad, especialistas en escurrir el bulto, que se han montado un sistema mafioso donde el capo supremo es un psicópata sin empatía, mentiroso, traidor y encima cobarde.

¡Qué peligrosa separación hay entre el pueblo y sus políticos incapaces! ¡Cuánta paranoia nos venden como algo fundamental cuando ni siquiera saben estar cuando deben estar! Juegan peligrosamente a la polarización y luego, en medio del incendio que han alimentado, son las primeras ratas en abandonar el barco.