Archivo - El doctor Lorente durante una exhumación llevada a cabo en la investigación en 2019. | - UGR/ARCHIVO

Cristóbal Colón opinaba que «la tierra tiene forma de pera, redonda pero con una protuberancia, una especie de pezón». Siempre la teta cósmica navegada por las carabelas bautizadas en honor de las mujeres más galantes de Cádiz, la Pinta, la Niña y la Gallega (que luego llamarían Santa María). Y nadie le puede quitar la gloria de navegar allá donde nadie se atrevía.

Pero también tenemos la teta pitiusa. ¿Nació Colón en Ibiza? Nito Verdera, con su medalla de Bes al cuello, así lo creía e investigó concienzudamente, mostrando datos reveladores de la familia Colom, cripto-judaísmo y pasado corsario de un gran navegante que debía rodearse de oportuno misterio.

Colón se quedó corto en sus estimaciones de la circunferencia mamaria (tenía que haber hecho caso a Eratóstenes, quien clavó las maravillosas medidas terrestres hace 2000 años), y pensó haber llegado a Cipango cuando en realidad había descubierto un Nuevo Mundo.

El nuevo Mundo terminó llamándose América en honor a otro fabuloso explorador, Américo Vespucio, quien puso nombre a Venezuela porque le recordaba a una pequeña Venecia, y habló galantemente de las Venus cobrizas que eran las bellezas indígenas, siempre un poco más desnudas que su prima Simonetta en el cuadro de Botticelli: «Rojiza la piel, de cuerpo elegante, gracioso, bien proporcionado. No hay arruga, no hay gordura que las deforme. Los hombres no son celosos. Ellas, lujuriosas y de insaciable liviandad, manifestáronse sobradamente aficionadas a nosotros…»

Es posible que antes llegaran navegantes fenicios, drakkars vikingos en efímeros asentamientos, algún náufrago a la deriva con barba de Quezalcoatl e incluso parte de la flota china de Zheng He, pero la gloria de descubrir el Nuevo Mundo pertenece al ibicenco Cristóbal Colón y a la Corona Española, que apoyó lo que el resto del mundo juzgaba como una quimera.