Dalt Vila. | Moisés Copa

Tengo la buena o mala costumbre de leer distintos artículos de opinión de otros colegas de profesión de la isla y también de otros que desconozco y escriben en otros medios de comunicación. La mayoría de las veces lo hago solo por el mero hecho de aprender con la vaga esperanza de que se me pueda pegar algo o simplemente para tomar notas o ideas sobre lo que puedo escribir en un futuro.    Y así, en ocasiones, me encuentro con verdaderas joyas como una del poeta, periodista, columnista, guionista y escritor español, Sergio C. Fanjul en El País en la que hablaba recientemente de esa costumbre tan nuestra que tenemos los madrileños de «ofendernos cuando nos critican desde fuera» pero luego, aquí dentro, «tampoco nos gustamos ni estamos todo el día fundidos en abrazos».

Para mí este artículo ha sido un descubrimiento, una joya que he guardado para releerla una y otra vez, porque más allá de lo bien que creo que está escrito me siento tremendamente identificado con lo que se cuenta en él, tanto si me pongo en la piel del madrileño que presumo que soy con la cabeza muy alta como en la de ibicenco de adopción después de 15 años viviendo aquí. Y es que, justo en el día en el que celebro mi particular aniversario desde que llegué a esta maravillosa roca con dos maletas y en compañía de mi madre con la intención de ver que pasaba, de buscarme la vida y de plantarle cara a la diosa Fortuna, me he dado cuenta que al igual que reflexiona Fanjul sobre Madrid, en Ibiza hemos adoptado lo peor de las grandes ciudades «donde la impersonalidad, la prisa, y la competición lo han invadido todo».    Y es que si bien esta maravillosa isla siempre ha sido acogedora, como lo he descubierto yo a lo largo de estos años gracias a tanta gente que me ha demostrado que aquí estaba mi lugar en el mundo, Ibiza, al igual que Madrid, «cada vez lo es menos porque está destruyendo su tejido ciudadano» y porque ya ninguna de las dos «acoge sino expulsa».

De hecho, tal y como escribe el columnista, en nuestra querida isla hay muchas cosas típicas, como en Madrid. Porque si cambiamos de la capital de España el chotis y el cocido a los que él hace referencia por el ball pagès de Eivissa, el bullit pagès, el sofrit o la salsa de Nadal en ambos lugares también tenemos ya otros elementos típicos que forman parte desgraciadamente de nuestra memoria colectiva como son los pisos de alquiler turístico ilegal y el poner a caldo al lugar en el que vivimos».    Y es que de la Ebusus mediterránea como de la Madriz de los castizos «todo el mundo sueña con irse pero no se acaba de ir debido a ese sentimiento de amor-odio o esa mezcla de fascinación y hastío que conduce nuestros días de las aglomeraciones a las cañas en las terracitas».

Además ambos lugares tienen en más en común de lo que nos pensamos. Tal y como reflexiona Fanjul tanto en Ibiza y como en Madrid, consideradas como algunas grandes capitales de la libertad en todo el mundo, se da la paradoja de estar prohibido beber una lata de cerveza en plena calle o cualquier tipo de bebida alcohólica en recintos deportivos. Además, «en su diversidad y amplitud» ambos lugares resultan «muchas veces opresiva y al tiempo cada vez más degenerada» infectadas por problemas que nos han ido llegado poco a poco, casi sin darnos cuenta, e invadiéndolo todo como 10 plagas que se supone que mandó Moisés contra el faraón de Egipto. Tanto en el territorio que preside Isabel Díaz Ayuso como en el de Vicent Marí, nos guste o no, estamos «infectados por el turismo masivo, la suciedad, los problemas con las infraestructuras educativas y sanitarias con falta de personal en ambas, la tala de árboles, la sensación de inmovilismo, y este calor insoportable cada vez mayor»… pero sobre todo «por la desigualdad y el desánimo que lo invaden casi todo».

Por todo ello,    Fanjul cree que «la urbe tiene un aire de ciudad vencida, de plaza usurpada y de carroña que devoran unos buitres que son los que están contentos con este Madrid ‘exitoso’». Y es que «muchos no ven aquí una ciudad, sino una tarta de la que llevarse un buen mordisco». ¿Les suena? A mi, por desgracia muchísimo. Tanto que suscribo cada una de las palabras, cada frase y sin cambiar una coma ni un punto. Ibiza es tal cual. Tanto, que al igual que «Madrid es madrileñófoba con los madrileños, Ibiza es Ibizófoba con sus residentes».