Un lobo de mar me dice que el mayor contaminador de la mar pitiusa es el propio Govern, por su desidia con los emisarios defectuosos. Tanto éxito turístico, tremendos impuestos, simulacros de lujo, plutócratas que se hacen pseudohippies durante dos semanas, noticias diarias en revistas chismosas por celebridades del corazón o la entrepierna, etcétera, pero los responsables de la cosa pública no meten mano a los tubos de mierda que revientan, año tras año, en las mismas zonas.
Afortunadamente, me dice el capitán, también están las obladas para evitar la vergüenza política. Estos pececillos se encargan de devorar parte de la porquería y luego hay quien se las come a su vez.
Pecunia non olet, el dinero no huele, respondía pragmático el emperador Vespasiano para justificar una tasa sobre las letrinas. Tal vez el dinero no huela, pero las formas de conseguirlo en la cosa pública apestan, especialmente si luego cosas fundamentales como emisarios o alcantarillados no funcionan.
La administración debe trabajar mejor y arreglar lo que es su obligación. Y bajar los impuestos confiscatorios que luego no saben administrar, pues resulta grotesco el despilfarro de ese «dinero público que no es de nadie» (definición de una memaministra socialista, claro ejemplo de la ralea política que nos desgobierna, como el otro memoministro ‘popular' que subió impuestos más que el programa de izquierda unida).
En verano, además de tratar de no hablar de la repugnante política, hay que evitar bañarse cerca de tales emisarios, pero también en playas atestadas de una costa española que durante tres meses recibe más ochenta millones de turistas. ¿Masificación? Los dineros del turismo salvan temporalmente los trastos de tanto mentecato economista a diestra y siniestra.
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