El presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, y Begoña Gómez Fernández. | Europa Press - Eduardo Parra

Es insoportable. Somos víctimas de la turra incesante de la izquierda sobre lo supuestamente políticamente correcto. La Eurocopa ha puesto en evidencia las dos Españas: la de la gente feliz que no se mete con nadie y la de una izquierda cuya única vocación es dar la matraca con lecciones que ellos evaden. Un día los jugadores son unos héroes que representan la España plural y diversa y al día siguiente son una amenaza fascista por no haberle rendido pleitesía al autócrata con suficiente entusiasmo. Por la mañana Lamine Yamal es un ejemplo de la integración social de sus padres y por la tarde es un joven de ultraderecha que sonríe con el Rey y pasa de Pedro Sánchez. Por la mañana los jugadores deberían dar un mensaje al mundo sobre el conflicto palestino y por la tarde no deberían posicionarse en cuestiones políticas.

Es agotador tener que aguantar la moralidad laxa y variable de una parte de la sociedad más preocupada de bailar al son de cualquier gilipollez que se ponga de moda que de definir un proyecto político que dé cobertura a los problemas reales que sufre la clase trabajadora de este país. Nos tienen entretenidos con el humo de las cuestiones que afectan a una escasa minoría para eludir la responsabilidad en la gestión de los asuntos de la mayoría.

Mientras la familia de Sánchez se llena presuntamente los bolsillos y sus colegas son absueltos de corrupción por un Tribunal Constitucional contaminado, las bocas agradecidas que le vitorean balbuceantes nos señalan que Carvajal no le hizo una reverencia al padre de esta nueva España sectaria, vacía y servil que gana terreno.

La frustración y el hartazgo de sufrir a esta España que grita pero no dice nada es la madre de un contexto aburrido intelectualmente que dará a luz una generación de incapaces.