Dudo mucho que el PSOE pueda considerarse, a estas alturas, un partido político democrático. A la vista de la deriva emprendida en los últimos años y sobre todo, de lo que hacen los líderes de la formación, incluyendo al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a la presidenta (así la llamó el portavoz socialista en el Congreso, Patxi López) Begoña Gómez, y a todos los ministros sin excepción, empieza a ser alarmante por su semejanza a una secta destructiva. La adoración al líder es absoluta, como si fuesen los Davidianos en el rancho tejano de Waco. Da miedo. El aquelarre que vimos el pasado jueves en Benalmádena (Málaga), en formato mitin electoral, fue un festival de frikis de imposible explicación lógica, por más que uno trate de entenderlo. Sólo a un tipo como Sánchez, seguro de que sus seguidores le seguirán mostrando su apoyo aunque se pusiese a disparar a gente en la Quinta Avenida de Nueva York, como Donald Trump, se le ocurriría acudir a un acto electoral cogido de la mano de una investigada por corrupción por un juzgado de Instrucción de Madrid y por la Fiscalía Europea. Sus seguidores le ovacionaron e incluso el líder regional, un tal Juan Espadas, dispuesto a lamer la suela de los zapatos de jefe del politburó del PSOE, le agradeció el gesto. «Pedro, gracias por estar aquí. Y gracias por estar aquí con Begoña. Gracias Begoña». Una investigada por tráfico de influencias a la que aún no hemos oído defenderse, pero pronto lo haremos, aunque sea delante del juez. No contento con eso, que daría para escribir un manual de psiquiatría, el líder supremo alabó a la exministra socialista Magdalena Álvarez, alias Maleni, una condenada a nueve años de inhabilitación por corrupción política. Nada menos. ¿Se imaginan que Jaume Matas acudiese a un mitin del PP y todos le ovacionaran? Pues eso hacen los Davidianos, digo los socialistas.