Desde hace unos días hay una frase que me taladra el pensamiento: «Y si aún estamos en mayo no se que va a ser de nosotros en el mes de agosto». Y es que mire por donde mire solo veo nuestra isla colapsada, al límite, con la sensación que ya no cabe ni un alfiler. De que somos demasiados y de que si no se le pone solución a la masificación esto va a acabar explotando de la peor manera posible viendo, por ejemplo, el colapso que sufren nuestras carreteras debido al volumen cada vez mayor de coches que circulan por ellas.

Intentar llegar a cualquier destino es descubrir con desazón cuanta verdad hay encerrada en apenas veinte palabras y que ni siquiera el mismísimo Buda sería capaz de mantenerse relajado. Y es que vayas por donde vayas siempre hay un atasco que te obliga a ir tirando de marchas y embrague, y sobre todo, de paciencia para no acabar blasfemando contra los que tienes delante por no ir lo suficientemente rápido o contra los de detrás por intentar adelantarte de cualquiera de las maneras. Y es que no es normal salir a las 11 de la mañana de hacer una entrevista en Cala Nova, pasado el pueblo de Santa Eulària, y tardar una hora en regresar a Ibiza en un recorrido de apenas veinte kilómetros. Y eso sin emplear la carretera principal ya que a la ida ya has descubierto que no es una buena idea y te has planteado buscar una ruta alternativa por la que en teoría no pasa nadie hasta que descubres que otros muchos han pensado lo mismo que tú o que hay tantos coches de turistas por la isla que no sabes que hacer con tu impotencia al volante mientras acabas cantando toda la discografía de Rulo y la Contrabanda.
Y es que el problema con los vehículos se extiende como una lacra por toda la isla, incluyendo grandes vías como la que comunica Ibiza con Sant Antoni de Portmany y donde dependiendo de la hora te encuentras con tramos con grandes retenciones. A eso de las siete de la mañana la ida va más o menos tranquila pero en cuestión de cuarto de hora, de vuelta a la capital, todo se complica sobre todo en la zona de salida de la Vila de Portmany y en la entrada a la ciudad de Ibiza. Porque además, otro de los grandes problemas añadidos que tiene nuestra querida isla, orgullo y envidia del Mediterráneo, es contar con zonas que no están preparadas para recibir tal volumen de vehículos, tanto de los trabajadores que vienen a buscarse la vida como los de empresas de rent a car que no tienen pudor en hacerse ricos trayendo cada temporada miles de vehículos de todo tipo o condición. Son zonas que se convierten en embudos sin salida como, por ejemplo, la rotonda del Instituto Sa Blanca Dona, la del primer cinturón de ronda junto al gimnasio del BFIT y al colegio Juan XXIII, o la de los Podencos que es la que lleva directamente hacia la ciudad de Ibiza por una Avenida de Santa Eulària que al quedarse en un solo carril lleva ya varios años siendo una broma de mal gusto para quien se atreve a ir conduciendo al barrio de la Marina o sus alrededores.

Porque las rotondas y los semáforos, aunque necesarios para regular el tráfico en muchos lugares de España y de Europa, en Ibiza parecen convertirse en trampas de las que parece muy complicado salir y que hacen que, por ejemplo, en la ciudad de Ibiza a las seis y media de la tarde haya que emplear unos tres cuartos de hora en recorrer la distancia de apenas unos kilómetros que hay desde la salida del barrio de Ses Figueretes, donde el McDonalds, al pueblo de Jesús. Y todo ello porque siempre hay alguna obra nueva, alguien aparcado en doble fila, un despistado que no sabe donde va, un peatón que cruza por donde no debe o colas de coches que se hacen interminables, parando, acelerando, y sin parar de contaminar, porque para colmo cada vez conducimos vehículos más grandes sin darnos cuenta que nuestra isla no está hecha para ellos.

Son filas interminables de luces rojas a cualquier hora del día que me demuestran que aunque en el Consell d’Eivissa todos los partidos menos VOX parecen unidos por una vez para intentar buscar una solución, como siempre, llegamos tarde y mal. Es incomprensible como los que tienen que trabajar para que nuestra vida sea algo mejor hayan tardado tanto en darse cuenta de que teníamos un problema grandísimo que cada año va a más. Como es del todo sorprendente que teniendo tan cerca el caso del éxito de la regulación de coches en Formentera no hayan sido capaces de aplicar algo parecido para Ibiza, y que ahora todo sean urgencias para llevarlo al Parlament balear en pleno mes de mayo, a la entrada de la temporada, y con todo lo que eso supone viendo las cifras que se manejan de visitantes para este 2024, y sabiendo como saben, que las cosas en política tardan meses e incluso años en ponerse en marcha. Todos ellos ahora meten prisa para que la regulación de vehículos sea una realidad de cara al verano que viene, pero lo cierto es que parece difícil de entender en que mundo paralelo han vivido para no darse cuenta que cada año la saturación iba a más y que esta isla que tanto presumen de amar, proteger y promocionar allá por donde van, como en tantas otras cosas, ya va camino de no soportar más tantos abusos. Ojalá que lleguemos a tiempo por el bien de todos y no tengamos que arrepentirnos.