Españoles, Montesquieu ha muerto. Así deberían comenzar los telediarios de nuestro país ante el inminente intento de control del poder judicial y hasta de los medios de comunicación por un único y omnicomprensivo poder ejecutivo. Se pretende acabar, de un plumazo, con el necesario juego de contrapesos exigidos para que el poder detenga al poder, controlando y enjuiciando sus excesos y desmanes. Hablemos claro. Los jueces son un cabo suelto para el ejecutivo y, por ende, para el legislativo y el independentismo, por lo que resulta necesario acabar con esa pequeña aldea gala que todavía opone una legítima resistencia frente al despotismo. Ya no es suficiente con criticar públicamente las decisiones judiciales sin moderación ni respeto institucional alguno. Hay que poner la máquina del fango a funcionar. Agárrense que vienen curvas.

De las intervenciones parlamentarias en el Congreso poniendo nombre y apellido a los jueces que ejercieron la jurisdicción bajo una supuesta premisa o ideología política y, de paso, colgándoles una diana en sus espaldas, se pasó al interés de someterlos a comisiones parlamentarias para declarar como investigados por posible lawfare, algo inaudito en nuestro marco constitucional y duramente criticado desde todos los ámbitos. Ahora, dando un giro más de tuerca, se pretende modificar el sistema de elección de los vocales del órgano de gobierno de los jueces para así, no nos engañemos, controlar el nombramiento de los miembros del Tribunal Supremo, precisamente quien conoce de las causas contra miembros del ejecutivo, dada su condición de aforados, y revisa las decisiones adoptadas por el Consejo de Ministros. Vaya, que casualidad. A ver, ¿qué no han entendido todavía?. Se trata de despolitizar la justicia, no de politizarla y controlarla aún más. Y eso no pasa por alcanzar un acuerdo con la oposición sobre su renovación dado su más que caduco mandato, ni mucho menos por rebajar las mayorías necesarias para poder poner a sus peones al timón sin tener que hablar con nadie. Tampoco por atribuir al Ministerio Fiscal, con dependencia orgánica del todo poderoso, el curso de la instrucción. Pasa por apostar por un Juan Palomo de toda la vida, un yo me lo guiso yo me lo como, es decir, que estos vocales que ordenan el designio de los jueces sean elegidos por los propios jueces de entre quienes ostenten dicha condición, exclusivamente por su capacidad y mérito, y no por su ideología política o amiguismo, tal y como viene exigiéndose reiteradamente desde todos los organismos e instancias a cuyas indicaciones se hace sistemáticamente oídos sordos.

Pero lo más grave es que toda esta argucia se orquesta utilizando una maniobra de distracción de manual más vieja que la Tana, la típica vaca vieja que se emplea para pasar el resto del ganado por un río infestado de pirañas. Una epístola de amor incondicional en redes sociales y unas vacaciones para la reflexión. Un mucho de todo para tanto de nada. Unas pocas nueces para muchísimo ruido. Y, para colmo, dándole un papel al Rey en este sainete, cuando resulta que los jueces imparten justicia, precisamente, en su nombre. No nos rasguemos las vestiduras, por el amor de Dios, que una denuncia y una imputación, aunque lo sea para investigar a la primera dama sobre delitos relativos a tráfico de influencias y corrupción en los negocios, con más o menos indicios de veracidad, no es nada raro o extraordinario. Esto ocurre todos los días y a ello estamos expuestos todos, hasta nosotros mismos. Lo que pasa es que solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. No seamos ingenuos, que en este país han desfilado por los tribunales de justicia Ministros, Presidentes de Comunidades, políticos de todo pelaje y hasta la Infanta, y no ha pasado nada malo, sino todo lo contrario. Incluso el Emérito le vio las orejas al lobo y puso tierra de por medio, salvo para regatear y comer pulpito rico en Sanxenxo, que de esto último puedo dar fe. Queda muy bien decir aquello de que se confía en la justicia cuando no te toca tener que confiar en ella. Qué bonito es ver los toros desde la barrera, pero qué difícil es torear.

A ver si entendemos, de una vez por todas, que el juez encargado de la instrucción, ese al que ahora están insultando y amenazando simplemente por realizar la función que constitucionalmente tiene atribuida, llevará a cabo la práctica de todas aquellas diligencias necesarias tendentes a verificar la apariencia de delito de los hechos denunciados. Si no la aprecia, el procedimiento se archivará, y si finalmente la aprecia, aun tendrá que ser enjuiciado por otro tribunal distinto que será quien, en su caso, impondrá la correspondiente condena. Pero tranquilos, que frente a las decisiones del primero y la sentencia del segundo, siempre cabrá formular los correspondientes recursos para que otros tribunales diferentes, integrados por otros magistrados distintos, los resuelvan. Ya ven, aunque a veces se nos olvide, esto sigue siendo un Estado de Derecho en el que se respeta el derecho a la tutela judicial efectiva en todas sus manifestaciones. Y relax, que si finalmente hubiera condena siempre se puede tirar de medidas de gracia, como las graciosamente concedidas a otros, y aquí paz y después gloria.

Estamos de acuerdo en algo. La ideología política no puede condicionar la actuación judicial bajo ningún concepto. Pero también coincidirán conmigo en que el amor no puede dirigir los designios de todo un Estado, ni mostrar una imagen externa de la nación más propia de otras latitudes que de la historia democrática de la que puede presumir nuestro país. La separación de poderes y, con ella, la independencia del poder judicial, son paradigmas innegociables e intocables de toda democracia. Lo contrario es de república bananera. Cuando un único poder controle plenamente a los demás ya podemos cerrar la paraeta y echarnos al monte, porque será el principio del fin. Como ya escribiera de forma premonitoria Tolkien y viene que ni al pelo en este embrollo, «un único anillo para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro de la Tierra de Mordor donde se extienden las sombras. Un anillo para gobernarlos a todos, para encontrarlos, para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas en la Tierra de Mordor donde se extienden sus sombras». Saquen sus propias conclusiones. Y dicho esto, voy a ver si también cuela eso de tomarme unos días libres para reflexionar, aunque solo sea el fin de semana, que hay que seguir trabajando por la limpieza, la regeneración y el juego limpio. Tranquilos, solo es un punto y seguido. Maldita realidad.