Quienes de verdad han hecho saltar por los aires el tablero político en vísperas de tres importantes procesos electorales (vascas, catalanas y europeas) han sido los «comunes» de Ada Colau, con su negativa a respaldar los presupuestos de la Generalitat, primero, y del Ayuntamiento de Barcelona, después. O sea, sartenazo en el bajo vientre de Aragonés (ERC) y de Collboni (PSC).
Por si lo habíamos olvidado, el perturbador movimiento trae la firma de un grupo (ECP) integrado en el tejido organizativo de Sumar. Y Sumar forma parte nuclear del pedestal de Sánchez. Todo lo cual nos remite a cuestiones de mayor cuantía que, por supuesto, desbordan el perímetro político de una Comunidad Autónoma y un Ayuntamiento.
Cuestión de mayor cuantía es la gobernabilidad del Estado, cosida a la salud de la llamada ecuación Frankenstein, cuyos principales actores, a su vez competidores en las urnas de la primavera, aparecen concernidos por la patada que los «comunes» propinaron al tablero catalán.
Ergo, se multiplican las señales que desmienten al Gobierno cuando éste asegura que agotará la legislatura. A la falta de presupuestos y las ramificaciones del caso Koldo se une la fractura del pedestal de Sánchez como desencadenante añadido del nuevo escenario político.
Una de las derivadas es el indisimulado reproche del PSOE a Sumar, su socio de coalición en el Gobierno, por no haber podido o no haber querido impedir (por Pere Aragonés sabemos que ella estaba al corriente) que su franquicia catalana (ECP) hiciera la guerra por su cuenta con el mal traído pretexto de aversión a las máquinas tragaperras (casino «Hard Rock» de Tarragona).
La consecuencia: Moncloa ha convertido su ataque de contrariedad en argumentario enlatado contra la vicepresidenta segunda del Gobierno, a la que el estado mayor de Sánchez hace responsable del desbarajuste. A saber: Yolanda Díaz no da la talla como alternativa a la izquierda del PSOE. Dicen fuentes socialistas que «ya no es la figura que era» y que «su liderazgo se ha fragilizado», mientras lamentan que Sumar sea una fuerza declinante en las encuestas y no haya cumplido las expectativas como banderín de enganche electoral a la izquierda del PSOE.
Esas voces de la Moncloa y Ferraz tienen razón al reconocer en Yolanda Díaz a una líder menguante que, entre otras cosas, no ha logrado traspasar esas pantallas de televisión que tanto la quieren. Ya no es la niña bonita llamada a encabezar un proyecto «para la próxima década». Y hasta sus seguidores han perdido la motivación:
¿Cómo explicar, si no, el pasotismo de 62.821 inscritos -de los 70.000 con derecho a voto- en la «asamblea fundacional» de Sumar, celebrada este fin de semana?
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