Vivo en la localidad de Jesús desde hace años y estoy encantado. De hecho me siento ya uno más de este pequeño gran pueblo que prácticamente desde que llegué me acogió como uno más. Incluso, gracias a la generosidad de todo el equipo de Marilina Bonet, por entonces concejala del pueblo y ahora magnífica Directora Insular de Bienestar Social, Igualdad y Relaciones con Entidades, llegué a formar parte de la comisión de fiestas aunque he de reconocer que mi colaboración fue más bien escasa. Además, tengo la inmensa fortuna de tener una casa en alquiler a un precio razonable para lo que estamos acostumbrados en Ibiza, durante todo el año, y con unas condiciones magníficas gracias a una arrendadora, Belén, como las que casi ya no quedan en esta isla donde la especulación lo invade todo.
Por todo ello gracias. O mejor, GRACIAS, con mayúsculas por hacerme sentir un afortunado de estar donde estoy y tener una vida realmente buena dentro de los tiempos tan duros que nos ha tocado vivir. Sin embargo, solo hay un lunar que de vez en cuando me pone de los nervios y es la sorprendente capacidad que se tiene en la calle Cap Martinet para pasar cerca de los vehículos aparcados y llevarse por delante los retrovisores. Pudiendo asumir mi parte de culpa por dejar en ocasiones mi coche demasiado alejado de la acera o por no acordarme de recoger los retrovisores cada día cuando llego a casa, lo cierto es que ya son tres los que me han golpeado en apenas unos meses. Y en algunos casos con graves daños que, unido a la falta de trabajadores y de materiales en los talleres de la isla, hizo que lo llevara colgando durante más tiempo del deseado, poniendo en serio peligro a quienes iban conmigo en mi vehículo.
No es cuestión de detallarles aquí el coste económico que supuso la reparación pero sí que este viernes me volví a encontrar una nueva sorpresa. En este caso, cuando iba a llevar a mi hijo a una de sus actividades a media tarde, descubrí de nuevo el retrovisor del conductor golpeado, aunque en este caso había resistido y no estaba arrancado de cuajo y el cristal seguía más o menos intacto. Eso sí, las piezas de la protección estaban en mitad de la carretera a unos tres o cuatro coches de distancia y sin una nota ni una disculpa por ningún lado. Como si golpearse con los retrovisores se hubiera convertido ya en algo habitual en esta calle y no se le de la menor importancia.
El caso es que tal vez prefiera pensar eso antes de creer que como sociedad nos hemos convertido en seres tan insensibles que ya nos da igual todo lo que tiene que ver con el prójimo. Que solo pensamos en lo nuestro, sin reparar en el vecino ni el semejante, o que simplemente, como diría un gran amigo mio, nos la sopla todo. O lo que es peor, que ya hemos perdido cualquier respeto por lo ajeno y nos da absolutamente igual si hacemos daño porque nosotros somos lo primero y ante eso no hay nada más que hablar. Que nos hemos vuelto egoístas y mal educados, sin pizca de respeto, y sin acordarnos de lo que muchos padres
se afanaron por enseñarnos para que pudiéramos hacer de este mundo algo más bonito.
Lo cierto es que no se de quien es la culpa. Tal vez la tenga yo que también formo parte de esta sociedad o todo lo que se ve cada día en las televisiones, medios de comunicación, tablets o teléfonos móviles, donde los contenidos son del todo menos gratificantes. Seguro que cualquier tiempo pasado nunca fue del todo mejor pero nosotros crecimos viendo series sobre el cuerpo humano, los tres «mosqueperros», la historia de la humanidad o sobre un personaje como Ulises en versión futurista, y ahora todo gira en torno al tik tok, las redes sociales o personajes de dudosa reputación que transmiten mensajes que nunca entenderé. No soy profesor ni soy quien para dar lecciones a nadie pero creo que todo eso no ayuda a mejorarnos como sociedad y aunque entiendo que ir contra las nuevas tecnologías es poner puertas al campo y es una quimera, como buen creyente de que todo está interrelacionado, creo que todo eso influye.
Hace unos años si yo hubiera golpeado un coche hubiera dejado nota e incluso mi número de teléfono porque mi padre me insistía mucho sobre eso. Y ahora, con un poco de suerte lo más que te encuentras son los trozos del destrozo a unos metros de distancia. En fin, que los tiempos avanzan que es una barbaridad al ritmo que lo hace la falta de humanidad. Y no solo en Jesús, sino en Ibiza, en Baleares, en España, en Europa, en el mundo y a este paso más allá, viendo las noticias sobre el Cosmos 2543, un satélite que Putin podría equipar con armas nucleares para atacarnos a todos en el espacio. Y si lo hace, pues entonces nuestros retrovisores parecerán una broma pesada.
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