Los petrodólares acogen la cumbre del clima donde las casandras apocalípticas se desgañitan sin que nadie les haga caso. Es una nueva vuelta de tuerca a la hipocresía de los mandamases planetarios (y nuevo marketing de oratoria) que viajan en su jet particular mientras pretenden obligar a los siervos a vivir de otra manera. Y si no, ¡plandemia a la vista!, que por allí resopla la ballena totalitarista.
Dubai, to buy or not to buy, esa es la cuestión. Un parque temático del mal gusto lleno de pepinos arquitectónicos. Arquitectos estrella como Foster, Nouvel, Calatrava, Rogers y demás ralea suplen su falta de imaginación con las viñetas de Flash Gordon, montando en el desierto una especie de Gotham City para los enemigos de la armonía y las sagradas proporciones. Si uno quiere nadar en una mar que no sepa a cal o esquivar las tormentas de cemento tiene que largarse al interesante sultanato de Omán, donde las cabras dan una leche estupenda a la hora de preparar un Irish Coffee.
Los diferentes cambios climáticos a lo largo de la Historia han sido causa de extinción de especies, masivas migraciones humanas e invasiones bárbaras. El cambio climático ahora también sirve para que políticos vacíos (valga la redundancia) lo esgriman a modo de mantra como excusa dogmática de los males que su propia negligencia ha provocado.
Hay que luchar contundentemente contra la aberrante contaminación (esos dark satanic mills, que decía William Blake) de forma inteligente y efectiva. Lo contrario supondrá el suicidio humano mientras que la Tierra seguirá danzando al ritmo cósmico y la naturaleza crea nuevas formas.
El clima siempre es cambiante. Lo que no cambia es la costumbre política de escurrir el bulto y echar balones fuera.
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