Tórrido empacho estival de jetas políticas. Al fenómeno climático de El Niño –luego vendrá La Niña, pues se alternan, y al paso de oca totalitaria de la pazguata corrección política, pronto vendrá El Niñe—, se suman una serie de aspirantes al poder de gobernar España. Es algo bastante insoportable, que demuestra cada día la vulgaridad generalizada de los que pretenden servirnos.
Dicen que los políticos son un reflejo de la sociedad, pero si fuera así ya estaríamos en guerra. Cada vez que entro en un bar y charlo con diferentes gentes de opiniones diversas, compruebo que la mayoría quiere vivir en paz, desea que la política se administre mejor y que en la medida de lo posible nos dejen tranquilos. La cuestión ideológica, la reeducación de la sociedad, el cambio de paradigma sociológico, la adhesión incondicional a determinado partido, etcétera, queda para los fanáticos extremistas, quienes, por su contagioso aburrimiento y discurso único, suelen dar una resaca espantosa.
Como las entrevistas se suceden sin tregua, el totalitarismo asoma la patita. Ya vemos cómo el partido de la besucona Yolanda pretende adoctrinar a periodistas. En una línea parecida el nefasto Sánchez (lagarto, lagarto) sigue la moda de los perpetuos ofendidos y se hace la víctima en cada plató por las críticas en medios que no le son afines, o donde le interrumpen su cháchara de dos horas. Su vacuidad asombra, su vanidad sonroja. Tal y como le dijo Tamames, ha adquirido el síndrome de Moncloa a velocidad de vértigo.
El tórrido verano está más caliente que nunca. Cosas de niños con muy mala educación.
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