Ser jurado en un premio de gastronomía pitiusa es actividad de alto riesgo. Pero no pude resistir la llamada de Vicent de Kantaun y me presenté en el Club Náutico de San Antonio para un certamen especialmente sabroso: el arroz a banda.
Debo confesar que he arbitrado un partido de fútbol de extrema rivalidad en la isla de Lamu; también fui jurado en una edición de Miss Ku donde ganó una poderosa vikinga. Por supuesto siempre hay competitividad extrema, sobornos y amenazas más o menos veladas dependiendo de la calidad del vino abrevado, y tiernas amistades capaces de arrojarte estilettos o esgrimir un machete si no les gusta tu veredicto.
Pues bien, en Portmany la tensión fue superior: flotaba en el ambiente corsario, camuflada de fair play entre aromas suculentos. En Pitiusas esto de la comida es asunto muy serio y se perciben las influencias de tantas culturas que han venido a conquistarnos para acabar siendo seducidas. Los arroces eran sublimes, pero reconozco que la sobremesa es más serena cuando uno participa en un puesto con vino a discreción.
Antes había estado en una reunión de academias gastronómicas de toda España. El Presidente de AGIF, Pedro Matutes, dio la bienvenida en Unic, donde comprobamos que la algarroba ha pasado de ser forraje a superalimento gourmet. En la revolucionaria finca Terra Viva, Andrea Abad nos presentó a sus felices polluelos y probamos embutidos de porc negre. Allí estaba Stela Tuells, que nos ofreció vino blanco D`Àmfora con matices salinos y genes fenicios. Los académicos también hicieron parada y fonda en Jondal y el Can Pau de Alba. La cocina pitiusa siempre seduce, a veces peligrosamente.
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