Don Florentino, profesor de Filosofía del Instituto Vela Zanetti, invitaba a sus alumnos a pensar por sí mismos. Todo lo contrario que los sofistas que hoy dirigen los hilos de este teatro, aprovechando hemiciclos, sesiones y mociones para escupirse palabras en vez de entenderlas y construir caminos con ellas. ¿Recuerdan aquel añejo concepto de «comprensión lectora»? ¡Cuántos versos se les habrán escurrido entre demagogia, caspa y pataletas! Pero ellos, aunque nos parezcan auténticos alienígenas, no se merecen hoy ni un párrafo de este artículo, ni son los protagonistas de lo que vengo a contarles este domingo en el que pretenden cambiarnos algo más que la hora, tal vez los recuerdos, los valores y el libre pensamiento.
Hoy me viene a la memoria Don Florentino, un gran hombre de esos que vienen en envoltorio pequeño, que nos ilustraba en los 90 sobre la magia de la mayéutica, mostrándonos el camino del alumbramiento de nuestras propias ideas, mientras nos explicaba por qué y cómo la lectura nos haría libres y de qué forma podíamos cazar gamusinos en distintos multiversos. Seguro que hoy continúa salvando almas vacías en otras dimensiones, emulando al protagonista de Todo a la vez en todas partes o frunciendo el ceño hasta poner cara de Luis Tosar al exponer los argumentos del incomprendido Hume o de Tomás de Aquino. «Debemos escuchar a todos, aprender de cada mente y extraer nuestras propias conclusiones, sin que nadie las conduzca y nos engañe como a borreguitos», nos decía lanzando proyectiles de papel desde el cadáver de un bolígrafo Bic, a modo de cerbatana, cuando nos pillaba distraídos. Les confieso que a veces no sé qué parte de estos recuerdos son reales y cuáles son recursos hermosos de esta memoria «cambiante, imprecisa e infiel» que me habita, como la describía Borges, pero hoy Florentino ha venido a mi mente al conocer una noticia de esas que le llevarían a cambiar el curso de una clase y tal vez de nuestras propias existencias. Viene de Japón, como el sushi que no estoy segura de que él llegase a probar, y parte de un equipo de científicos que afirman haber encontrado el material del que procedemos ustedes, nuestros políticos y yo. Sería la respuesta a cómo surgió la vida en la Tierra, sin entrar en debates yermos de dioses omnipresentes o costillas de barro, y vendría del material más antiguo que conocemos del sistema solar.
No sé si su origen estará en una estrella llamada Renata, como reza la canción de Facto de la Fe y las Flores Azules, pero parece ser que la sonda espacial Hayabusa 2 habría arañado 5,5 gramos prístinos del corazón de Ryugu, un asteroide negruzco de unos 900 metros de diámetro que orbita entre Marte y la Tierra. Esta roca espacial, que describen como una suerte de cápsula del tiempo que ha permanecido errante e intacta desde los orígenes del sistema solar hace 4.500 millones de años, fue disparada con proyectiles sin reparo, dejando sus entrañas al descubierto para poder tomar muestras de su interior, y traernos así el material más antiguo y básico con el que se formaron todos los planetas. En su viaje a la Tierra, la pobre Hayabusa 2 (sí, como intuyen hubo una primera que no prosperó) se estrelló en un paraje desierto de Australia, pero su carga fue recuperada, disuelta en agua muy caliente en busca de moléculas orgánicas y, ¡eureka!, como diría Arquímedes, contenía ácido nicotídico y uracilo, una de las cuatro letras genéticas de las que se compone el ARN o, lo que es lo mismo, el caldo de cultivo de nuestra primera forma de vida (siento hacerles espóiler, pero no fueron ni Adán ni Eva). Las conclusiones de este estudio nos llevan a pensar que, si este compuesto está presente en meteoritos, asteroides o cometas, la evolución prebiótica de nuestro planeta tendría un origen extraterrestre y que al final, como decía Quevedo (el poeta, no el cantante), comenzamos y terminamos nuestras andaduras siendo polvo, aunque en algunos casos logremos mutar a polvo enamorado.
De aquellos barros estos lodos, y hace 4.100 años habríamos recibido un intenso bombardeo de estos elementos en los cuales viajaba buena parte del agua de los océanos actuales y también esos primeros compuestos orgánicos de los que procederíamos (no confundamos estos fuegos artificiales con los que hace 66 millones de años terminaron con los dinosaurios y con otras grandes especies que ya nos poblaban).
¿Qué nos diría Florentino ahora? Me pregunto con una sonrisa para cerrar este artículo: «están ustedes en lo cierto, señores, cuando creen que nos rodean seres de otro planeta, así que ándense con ojo, protéjanse bien las cabezas y cacen y paran buenas ideas. Que Donald Trump era un alienígena lo sabíamos desde hace tiempo».
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