Se suele decir para comparar distintas realidades aquello de «unos mucho y otros tan poco». Sin embargo, esto sería más bien aquello de «una muchísimo y otros tan poco». Al menos a nivel material, a nivel de elementos cuantificables, porque si hablamos de esos otros valores que no se pueden comprar con dinero, quizá la protagonista de esta historia sea una de las más pobres del planeta.
Estoy hablando de Georgina, la mujer del futbolista Cristiano Ronaldo. Perdonen los que saben de la materia que no la defina como algo más que mujer de... pero es que por más que he intentado averiguar a qué se dedica para escribir este artículo solo he encontrado que es influencer o más bien la influencer de las influencers. Y yo, qué quieren que les diga, aunque lo respeto, soy de esas personas chapadas a la antigua a las que les sigue costando entender que esto sea una profesión por más que muchos jóvenes lo vean como una oportunidad para ganarse la vida.
Pero algo tendrá este mundo que a esta chica, de origen humilde como no para de repetir, le ha dado para ir por la vida alardeando de sus privilegios y de cómo vive. Algo que he descubierto casi por casualidad, al leer un magnífico artículo en el diario El Mundo en el que Esther Mucientes relataba su paso por el programa de televisión El Hormiguero, porque yo, aunque suene prepotente, hace tiempo que dejé por imposibles casi todos los contenidos de la televisión que se ha dado en llamar generalista.
Y es que Georgina, nuestra Georgina, la Georgina de todos, aseguró ante Pablo Motos, previo pago según los que saben de esto de una sustanciosa cantidad económica, que viaja tanto que ya no sabe ni dónde está, que lleva en su dedo un diamante de 9 quilates valorado en un dinero que ni sabe, que Cristiano Ronaldo cerró un restaurante en Dubai y proyectó sobre uno de los majestuosos rascacielos de la ciudad el tráiler de la primera temporada de su reality, o que volar en un avión privado tiene sus cosas malas porque una vez le hicieron levantarse a las 05.00 horas, y eso «es madrugar». O que, tiene un vestidor tan gigantesco que su pareja le dice que tiene que comprar más ropa para llenarlo, que tiene una colección de 150 bolsos de las marcas más caras del mundo, o que no hace caca en un avión comercial porque eso de meterse en un baño y que huela «a pastel recién hecho» le «corta el pis». O, que por el cumpleaños del padre de sus hijos, ella le regaló tres coches y «nada más porque no es original».
No sé a ustedes, pero cuando yo leí esto no daba crédito. No podía cerrar la boca y no sé si lo que sentía era indignación, rabia o pena pero tardé varios minutos en descubrir que no era una parodia de Faemino y Cansado, Martes y13 o José Mota y sí la realidad de una chica que vive ajena a lo que tiene a su alrededor, dentro de una burbuja que no le permite pensar en que la mayoría del planeta lo está pasando entre mal y muy mal por más que asegurara en el programa que ella educa a sus hijos para que sean conscientes de que la vida no te regala nada. No lo dudo, pero cuesta creerla si después relata que entre sus «muchas» tareas diarias está el levantarse a las 06.30 horas, preparar los desayunos y llevar a sus hijos al cole, gestionar las obras que tiene en sus dos casas, hacer sesiones de fotos para una campaña publicitaria o preparar su reality porque ya hace tiempo que dejó atrás tareas que la cansaban mucho como el ir de compras por Riad. O que para sorprenderla por su cumpleaños lo mejor sería un maletín repleto de diamantes porque ella es una experta que es capaz de ir relatando el valor de cada uno.
En fin, que muy bien. Que perfecto. Que como diría un castizo, con su pan se lo coma, porque si les digo la verdad a mí en mi cumpleaños me sorprenden con unas cañas, y como mucho con alguna cerveza artesanal de esas que tienen una botella chula para mi colección, con una sonrisa, con una broma que me recuerde que no me gusta crecer o simplemente con una canción de esas para bailar hasta que se nos pasen las horas. Con esos colegas de siempre que me dicen aquí estoy o sigo a tu lado mientras comparten conmigo una puesta de sol en una playa de Ibiza, un bocata de atún con pimientos, unas tapas de las de toda la vida o un viaje a donde sea porque a mí no me importa montar en avión ni hacer caca en los baños.
En fin, que una vez pasado el susto, tengo claro que no me cambio por Georgina por más que las pase canutas para llegar a final de mes. Y es que al final, creo que tiene que ser muy aburrido tanto lujo, tanto despilfarro y tanta falta de conciencia social.
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