Alegan los infelices que se encaman con el infernal metaverso que en España se jode mucho y se folla poco. Incluso la copla popular canta la discrepancia de «Tantos huertos sin regar, / tanto nabo sin consuelo: / Cuando hay toreros no hay toros, /y cuando hay toros no hay toreros.»
Bah, ya César González-Ruano picó a Paco Umbral con un «Aquí siempre follamos los mismos». Y además hemos dado vida al mito de Don Juan, posiblemente basado en el conde Villamediana, el genial Juan de Tassis, formidable poeta y gran amador a pelo y a pluma, que murió joven, glorioso y asesinado por aquellos celosos cabrones que con sus cuernos podían arar Castilla.
¡Y qué decir de la Ibiza invernal de lobos solitarios que aúllan a la luna! Cada vez encuentro más amigos que esperan una cita concertada por algún portal de encuentros del seco internet, una especie de seducción cibernética que embelesa a aquellos sin tiempo que perder en el tradicional ligoteo del bar. Recuerda a la sección de contactos de antaño, cuando podías leer algo del tipo: «Viejo verde busca ecologista joven».
Pero incluso eso es mejor que ponerse las gafas virtuales para cumplir la fantasía, tal y como escuché el otro día en una terraza del Botafoc (conocida en verano como Butter Fuck) a una dama egregia, que presumía de echar cuatro polvos al día entre lecturas de Ovidio.
Confieso que a lo largo de mi trayectoria casanovesca he tenido incontables citas a ciegas, pero han sido organizadas por amistades con muy diversas intenciones que no se responsabilizaban del resultado sensual, no por un algoritmo cibernético. Por eso mismo creo que lo mejor sigue siendo la sagrada espontaneidad de la barra de un bar.
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