El Señor en el Evangelio, llamado el sermón de la montaña, nos expone las condiciones señaladas para alcanzar la Vida Eterna. En nuestra vida temporal parece ser una paradoja. Porque, ¿Quien piensa que son felices los pobres, los limpios de corazón, los que lloran, los perseguidos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos? Las bienaventuranzas forman la perfecta comprensión para que tengamos siempre presente que Dios promete la salvación a toda persona que intenta practicar sus enseñanzas.
La práctica de las bienaventuranzas es garantía de la salvación eterna, para los que se esfuerzan para vivir el espíritu y exigencias de las bienaventuranzas . Es evidente que las bienaventuranzas no contienen toda la doctrina evangélica. Sin embargo, contienen, como en germen, todo el programa de perfección cristiana. El que de verdad... quiere la santidad tiene que querer practicar los medios que la Iglesia le ofrece y enseña a vivir a todos los hombres y mujeres: frecuencia de sacramentos, trato íntimo con Dios en la oración, fortaleza en cumplir con los deberes familiares, profesionales, sociales.
Fijémonos en una de las bienaventuranzas: la Misericordia, la cual no consiste solo en dar limosna a los pobres, sino también en comprender los defectos que puedan tener los demás, disculparles, ayudar a superarlos y curarlos, aún con esos defectos que tengan.
La misericordia comprende además alegrarnos con los que están alegres y sufrir con los que sufren. Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán la misericordia. Dice el Apóstol Pablo: Todo lo que sucede es para el bien de los que aman a Dios y en El confían.
Jesús misericordioso, ¡ten compasión de mí!
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