Hace doce años, doce, que escuché por primera vez, a José Luis Rodríguez Zapatero, hablar de la conveniencia de reformar ‘urgentemente' el artículo 49 de la Constitución, para sustituir el término infamante, paternalista, «disminuidos» por «personas con discapacidad». Solamente este miércoles, con una imagen de mesa negociadora que casi recordaba a las de Putin, PSOE y PP acordaron «avanzar» para reformar de una vez ese, y solo ese, artículo de nuestra Carta Magna, que tantos remiendos, no obstante, necesita. Sonrisas, al menos ante las cámaras, de Bolaños y Cuca Gamarra, cabezas de las respectivas ‘delegaciones negociadoras'. Como si tan magro acuerdo, que, eso sí, es ‘rara avis' en el país de la confrontación política, fuese de verdad histórico, cuando hace tanto tiempo que debería haberse reparado una injusticia que refleja la mentalidad existente hacia nuestros discapacitados -que somos todos- cuando se redactó la ley fundamental. Algo se ha progresado, sí, pero ¿lo suficiente?

Trabajé hace tiempo en una organización de discapacitados, y ya entonces luchábamos para que la palabra ‘disminuidos' desapareciese de nuestras leyes. «Si tenemos suerte, todos seremos algo más discapacitados dentro de diez años», es frase que acuñé entonces y cuya veracidad comprobamos todos con el paso del tiempo sobre nuestros cuerpos. La discapacidad es casi consustancial con el género humano. Considerar ‘disminuidos' o ‘minusválidos' a quienes se mueven algo más lentamente, ven peor o piensan algo más más trabajosamente es un error monumental incluso hacia nosotros mismos, más que una vileza.

No arbitrar los medios suficientes para ayudar a quienes más lo necesitan tiene aún más gravedad. Claro que ha habido avances, ya digo, pero cuántas obras publicas, cuántas estaciones de metro, cuántas aceras, bolardos, obstáculos, pueblan nuestras calles. Cuánta cerrazón egoísta invade aún muchas mentes. Sobre eso también deben reflexionar quienes, representando a los dos mayores partidos del país, se sentaban frente a frente, como los jugadores de cartas de Cezanne, para sacar pecho porque han llegado, al fin, a un acuerdito que lleva décadas de retraso.

Eso sí, se advirtieron mutuamente que ese va a ser el único pacto de reforma constitucional al que van a llegar. Como si la Constitución no precisase tantas reformas en casi todos sus Títulos, en numerosos artículos. El miedo a ‘abrir el melón', no vaya a ser que a alguien se le ocurra tocar lo intocable, la Corona por ejemplo, y la pereza tradicional en nuestra clase política, han impedido reparar una Constitución que sigue siendo válida, claro, pero que tantas veces se traspasa porque su cumplimiento resulta difícil en algunos aspectos. Está tan desfasada en según qué cosas que, por poner un ejemplo intrascendente (tengo muchos), hasta sigue hablando del ‘servicio militar obligatorio'.
Alguien, aunque sea desde la sociedad civil, debería gritarles que ese pacto de mini-mínimos ha de ampliarse para modernizar de una vez este país, cuya legislación se va quedando, en tantas cosas, incluyendo la propia defensa del Estado, disminuida.